El acuerdo in extremis que aceptó el PSOE, de buena o mala gana, aterrorizado ante la evidencia de que perdería los tres decretos-ley, ha sido una bomba que estalla por todos lados. Junts ha conseguido pactar la delegación de competencias de inmigración a través del artículo 150.2, que permite asumir competencias exclusivas del Estado. Es el mismo artículo que comportó la cesión de las competencias de tráfico de la Guardia Civil a los Mossos, a raíz del vilipendiado y, sin embargo, exitoso pacto del Majestic entre el president Pujol y Aznar.

 

A partir de aquí se hará el proyecto de ley pertinente, y el camino parlamentario hasta la ejecución suele ser largo: tráfico, por ejemplo, tardó 19 meses. Pero, con las prevenciones lógicas que exige la situación, tanto por las trampas que la ley pueda encontrar en el proceso (especialmente con la tendencia filibusterista del PP), como por el trilerismo que le gusta practicar al PSOE, con todo, es evidente que Junts ha jugado con mucha inteligencia estratégica y la ganancia política es notable. Por cierto, ¿no podrían nuestros patriotas de siempre alegrarse un poco por un éxito indiscutible? ¿Un solo día de alegría, en la casa del pobre? Como dice un buen amigo, en el país donde la lluvia no sabe llover, las victorias no saben ganar.

Hecho el acuerdo sobre un tema tan relevante y sensible, las reacciones furibundas han ido en tres direcciones: por una parte, el españolismo intolerante (pepero, socialista, voxero y los restos) se ha vuelto a poner histérico —de hecho, vive en un estado de histeria permanente— y ha clamado por la deconstrucción del estado español, en manos de la tropa Puigdemont; por la otra, el wokismo de izquierdas ha empezado a proferir los disparates habituales, tan alejados de la realidad como del progreso; y finalmente, ¡ay!, finalmente ERC ha mostrado la pelusa que tiene ante los éxitos de Junts, con una falta de sutileza que deja al rey (o al president) desnudo. Todo, a costa de un debate de enorme importancia que merecería más categoría política y mediática.

O tenemos herramientas y recursos para poder dibujar un modelo inmigratorio sostenible que sume pluralidad e integración, o no tendremos futuro como nación

Porque esta es la cuestión. El debate sobre inmigración y la necesidad de tener un modelo efectivo no solo es clave en todas partes —en Francia o Alemania lo han abierto en canal—, sino que no es ajeno a una Catalunya, que, durante el pujolismo, defendió un modelo de inmigración e integración de enorme trascendencia social. En este sentido, querer tener las herramientas y los recursos para poder planificar correctamente el modelo inmigratorio forma parte de las necesidades perentorias de una nación. Tanto la petición de Junts, pues, como el acuerdo suscrito con el PSOE forman parte de la lógica democrática de una nación solvente. Pero como dice Colomines, "la inmigración preocupa en todos sitios, pero nunca se debate serenamente", y con el acuerdo, los monstruos han salido a pasear.

En el caso del españolismo, con trabuco y boina, y la trompeta de García-Page, que nunca falta. Los argumentos son los sospechosos habituales de la cosa: la unidad española, la perfidia independentista, los intereses oscuros de los catalanes y, en el fondo, la convicción implícita, que no siempre explícita, que enviar los contingentes de inmigración a una Catalunya sin herramientas de regulación —que impiden una normal integración en la lengua y costumbres— ayuda a destruir la identidad catalana. Y este, como bien sabemos, es el objetivo eternamente prioritario del españolismo.

En el caso del wokismo de izquierdas, también los sospechosos son los habituales: negación del debate, utilización del fascismo como arma arrojadiza contra la incorrección política, y una cantidad ingente de tópicos manidos que no solo no explican el problema, sino que lo complican enormemente. Nadie está en contra de los flujos migratorios y, de hecho, la historia de Catalunya es justamente una historia de mezclas, pero es evidente que hay que tener instrumentos y recursos para poder casar la llegada masiva de personas con la identidad de la nación que las acoge. Sin embargo, hay una izquierda tronada que se ha quedado en el paroxismo del "papel para todos", y que es la principal responsable de la patrimonialización que hace la extrema derecha de la cuestión inmigratoria. La izquierda woke y la extrema derecha se alimentan mutuamente: ambas no tienen ninguna respuesta a la complejidad del fenómeno; pero las dos usan la inmigración para vender sus manías ideológicas. El gran problema es que el relato de la extrema derecha está secuestrando el discurso conservador, y el relato de la extrema izquierda secuestra el discurso progresista, y con los dos estirando, el discurso central enflaquece.

Finalmente, la sorpresa, o no tanto, dadas las derivadas de los últimos tiempos: el ataque de celos que ha tenido ERC, tan indisimulado y patético, que ha hecho quedar en ridículo al gobierno catalán. Un ridículo, por cierto, al cual últimamente se están habituando. Resulta incomprensible que el viejo partido republicano se deje llevar con tanta facilidad por la marea del wokismo comunero y los restos de una izquierda que, en esta cuestión, ha abandonado cualquier sentido de la realidad. Cuesta imaginar a Macià u otros líderes históricos de ERC escuchando las declaraciones de un Rufián o de una Vilagrà despreciando el acuerdo de Junts para las competencias de inmigración. Aparte de la poco camuflada rabia que respiran por su irrelevancia parlamentaria (irrelevancia que se han ganado a pulso), no deja de ser chocante que no entiendan la enorme debilidad de la nación catalana, que tiene que afrontar grandes contingentes inmigratorios sin las herramientas mínimas. Nos jugamos la cohesión social, pero también la lengua y la identidad catalanas, sobre todo desde la eclosión de Ciudadanos y la implicación de la justicia patriótica, con los ataques a la línea de flotación de la integración, que es la escuela en catalán. A estas alturas, es evidente que la inmersión ha fracasado, y ya no nos queda ningún recurso para hacerle frente, de manera que hablamos de una cuestión trascendental, sin competencias para resistir, y en un momento nacionalmente frágil. No alegrarse del avance que Junts ha conseguido en esta materia resulta casi miserable.

No hay atajos: o tenemos herramientas y recursos para poder dibujar un modelo inmigratorio sostenible que sume pluralidad e integración, o no tendremos futuro como nación. Y aquí, también se encuentra el españolismo irredento con la izquierda internacionalista, de Colau a Aznar, pasando por Vox. Este es el triplete que niega el debate sobre la inmigración, y todos ellos están en contra de Catalunya como nación. No suman, multiplican.