Soraya salió al escenario, la tez brillante, sonrisa contenida y la cabeza bien alta, para anunciar lo que ya sabíamos los que llevamos días riéndonos de las encuestas, el sorprasso y del caso Neymar. “El PP ha ganado las elecciones”. Y, además, con 15 escaños por encima de los que obtuvieron hace seis meses. Al PP le toca gobernar España porque, sencillamente, no se puede despreciar la decisión de siete millones y medio de ciudadanos. La democracia era eso.

Ayer leí un tweet que es el resumen perfecto de cómo funciona nuestro país con respecto a las decisiones electorales: “Los españoles que vemos Gran Hermano sabemos más que los que ven ARV (Al rojo vivo): si machacas a Fresita, gana Fresita”. Y Fresita ganó, porque los que defienden a Fresita no escatiman en sms de pago, ni en llamadas, ni en cartelería, ni en nada. Van a muerte con Fresita. El votante del Partido Popular va a votar aunque las elecciones le coincidan con el día de su boda o el entierro de su madre. Va a votar aunque acabe de atropellarlo un coche y llegue arrastrándose al colegio electoral con el guardabarros atravesado en el estómago. Va a votar aunque no sepa ni cómo se llama, ni en qué día vive, porque alguien votará por él. El PP, y en particular, Mariano Rajoy, son, igual que Fresita, la víctima, la rubia tonta, la que no se entera de nada, la que se mete en líos por culpa de la gente mala, la que no tiene amigos dentro de la casa ni en el Parlamento. La que conmueve al espectador. Querer a Fresita significa empatizar más con su desgracia que castigarla por sus defectos. No os engañéis. El funcionamiento de la política patria es muy similar al del fútbol. La mayoría de votantes del PP son forofos exactamente igual que los que defienden al Barça y a Neymar, a Messi, a De Gea o a Rubén Castro, como víctimas de una conspiración mundial. Y da igual la destrucción y el borrado de los discos duros del tesorero del PP, la imputación del partido y del Ayuntamiento de Valencia entero, las escuchas al ministro del Interior jactándose de haber destrozado el sistema sanitario catalán; de la misma manera que dan igual el fraude fiscal, la evasión de impuestos, el tráfico de seres humanos y la violencia machista de las grandes estrellas deportivas. El forofo llena el estadio, y también las papeletas.

Al forofismo pepero se suma la actitud crítica de los votantes de izquierda que han castigado, con mucho, el comportamiento de Podemos. Pablo Iglesias ha sido la Mercedes Milà de esta campaña. Su actitud de chulo del instituto, su prepotencia intelectual que no encaja con muchos de los preceptos que defiende su partido, su discurso de comunismo menguante, y su desprecio al único partido de la izquierda que ha gobernado el país y que ha introducido, mejor o peor, los grandes avances sociales, han provocado que mucha gente se quede en casa o directamente haya votado a la derecha. Y sobre él y su narcisimo tendrá que recaer también la responsabilidad de haberle dado las llaves del gobierno al PP y haberle quitado al PSOE la posibilidad de gobernar en coalición, por no darse las condiciones más óptimas para su partido. Y aunque la mayoría de los votantes entendemos perfectamente que los sillones son importantes, siempre es mejor sentarse a la mesa a comer aunque no ocupes la cabecera, que tener que llevarse el tupper a la puta calle. A la gente le va a empezar a salir callo en el culo de tener que sentarse en las plazas.

Las únicas comunidades que se han salvado del forofismo azul han sido Catalunya y el País Vasco. Invisibilizadas durante la campaña en los medios nacionales, también tienen su propia Fresita, y estos son los partidos nacionalistas auspiciados por Podemos y los independentistas.

Es probable que ni Podemos ni ninguna de sus confluencias, vayan a pintar mucho en la decisión del próximo pacto del gobierno. Y Rajoy, que ha optado por su mejor arma, la discreción, ya le ha ofrecido su mano a Pedro Sánchez. Fresita busca pareja e intentará el pacto con el Partido Socialista como la mejor opción para un gobierno estable. Pedro Sánchez, coqueto, se muestra receptivo. En su discurso del domingo, Sánchez dijo que había llamado a Mariano Rajoy para felicitarle por el resultado y el presidente señaló, a su vez, que tenía ganas de verlo. La historia de amor del bipartidismo acaba de empezar. Y Pedro Sánchez va a tener que decidir si baila con la más fea porque es la que tiene el maletín de los 50 millones, o abandona la casa y el partido. El pobre Sánchez debe estar más nervioso ahora que Fresita el día que la vaca la aplastó contra la pared de la cuadra.

Con la de cosas que se dijeron en el pasado, me pregunto qué hará Rajoy para conquistar a Pedro Sánchez. De momento, se vislumbra la posibilidad de que el PSOE se abstenga esta vez en la votación de investidura. Llevo un par de días imaginándome a Mariano, guitarra en mano, sombrero de paja y puro, susurrando al oído de Pedro que todavía tienen una oportunidad de que lo suyo funcione, apelando al espíritu de la Transición y a los días felices del pasado, igual que un día el gran Antonio Flores le cantó a la mujer que amaba. Total, ninguno de los dos sobrevivirá a la siguiente legislatura, como tampoco Antonio sobrevivió a sus fantasmas.

Cuatro años de felicidad intercalada


Cuatro años de desconfiadas miradas 


Y una historia de amor interrumpida


Maldita sea, maldita sea mi vida.



Y una rosa nació entre mis manos.


Y sus púas mi sangre han derramado.


Sangre que brota del fondo del corazón.


Maldita sea, que paso con mi razón.



Tranquila mi vida.


He roto con el pasado 


Mil caricias pa decirte: 
Que siete vidas tiene un gato


Seis vidas ya he quemado


Y esta ultima la quiero vivir a tu lado, Oh, oh