Considero a Pedro Sánchez un político mediocre, sin ninguna consistencia ideológica, más allá del revival de aquel famoso "contra Franco vivíamos mejor", en la versión moderna del "contra el PP se mantiene la silla". En la misma dirección, o como consecuencia, tampoco percibo ningún nuevo proyecto de Estado, a excepción del sostenella y no emmendalla que va perpetuando un modelo de España centralizado, con un autonomismo controlado y minorizado, que sirve como a nivel para limar las aspiraciones nacionales catalanas. Pedro Sánchez no es un ideólogo, sino un parlanchín con buena oratoria, y no es un estadista, sino un funcionario aplicado en el arte de mantener la bicoca. Pero sí que es, en cambio, un superviviente con un gran instinto arácnido a la hora de montar trampas. Sinuoso, dotado de una resiliencia tan notable que, incluso, le permitió ganar a los barones del partido, cuando lo habían defenestrado, domina, como si fuera Plauto, el teatro del engaño, con el cual consigue navegar en las aguas revueltas de la precariedad parlamentaria. Tal vez su pecado ético es su virtud política, porque nadie, como él, se mantiene tan inmutable cuando promete aquello que nunca cumple, quizás sabedor que, en el terreno de la desmemoria, la promesa queda, y el incumplimiento se olvida.

El paripé de la modificación del delito de sedición forma parte de este juego de falacias que ha consolidado su estancia en el poder. Con una triple característica que convierte este tema central, en un paradigma de trilerismo político: por una parte, no plantea la única opción digna, la derogación de un delito medieval que no tiene equiparación posible en las democracias liberales; de la otra, juega al toma y daca con la idea de modificarlo, utilizándolo como un chicle que ya ha utilizado en varias negociaciones; y, finalmente, lo pasea como un instrumento de propaganda, para mostrar aires "progresistas" ante las huestes más feroces de la derecha. Es decir, mantiene una figura delictiva denigrante y antidemocrática que se ha utilizado para enviar a prisión a líderes y activistas independentistas, y lo vende como si fuera un pretendido avance de progreso, solo porque sus adversarios son más cafres. Nuevamente, pues, Pedro Sánchez juega con temas de fondo que afectan derechos fundamentales, con una frivolidad glacial, solo para poder mantener el relato propagandístico en permanente rodaje.

Pedro Sánchez no es un ideólogo, sino un parlanchín con buena oratoria, y no es un estadista, sino un funcionario aplicado en el arte de mantener la bicoca. Pero sí que es, en cambio, un superviviente con un gran instinto arácnido a la hora de montar trampas.

Obviamente, es cierto que la posición del PP y de la extrema derecha es todavía más regresiva, no en balde la única mirada que proyectan con respecto al conflicto catalán es la amenaza, la porra y la prisión. Pero que la opción de la derecha sea extrema, no convierte la opción de los socialistas en buena. Sino al contrario, si finalmente hicieran la modificación, el delito de sedición habría quedado "validado" por el sello progresista, es decir, el PSOE estaría blanqueando un instrumento legal claramente contrario a los derechos fundamentales.

La cuestión empeora cuando recordamos que Podemos, el partido de izquierdas por excelencia, promotor de la "nueva política" y pretendido ariete del régimen del 78, también acepta la modificación "como un mal menor", tal vez con la idea que reprimir un poco, o enviar menos tiempo a la gente a la prisión por acciones democráticas no violentas (que es lo que significa la sedición), es algún tipo de avance. Sería la versión sediciosa del famoso "le pego lo justo" de infausta memoria. Quizás hay que decirlo con todas las letras, cuando menos para no confirmar del todo que somos estúpidos: NO, NO se puede enviar nadie a la prisión por  la lucha no violenta a favor de la independencia. Punto. Y vender que la modificación los enviaría "menos tiempo" es una tomadura de pelo de dimensiones cósmicas. No es solo que el PSOE y Podemos nos la den con queso con este tema, es que nos hacen abrir la botella de buen vino y se la quedan.

Finalmente, el comportamiento de ERC, que también resulta deplorable en este asunto. Hace mucho tiempo que es imposible entender el penoso papel que hace Esquerra con los socialistas, a quienes les aprueba todo lo que es importante, sin ser capaz de conseguir nada sustancial para Catalunya. De hecho, este periodo de "buen acuerdo" después del Primero de Octubre ha sido especialmente nefasto con respecto a los intereses catalanes, tanto económicos, como culturales y lingüísticos. Y esta quiebra estrepitosa en la capacidad de negociación solo se puede explicar por dos motivos: o porque son muy poco capaces y, tras cornudos, apaleados; o porque todavía se están pagando prendas de los indultos. Sea como sea, que un partido independentista acepte la modificación del delito de sedición, es decir, llegue a aceptar que exista un delito feudal como este —que criminaliza las acciones independentistas no violentas— es totalmente inconcebible. Pero está pasando, haciéndose realidad la pesadilla que, en la degradación humillante de la lucha independentista, los hay que todavía pueden bajar más peldaños.