Tan pronto como el presidente español Pedro Sánchez anunciaba el jueves la supresión del delito de sedición, la contestación no se hacía esperar. ¡"Traición!" gritó a los cuatro vientos la preclara mente de los más sagaces. Así, sosteniendo el palo de la bandera, de una y otra, alto y firme. Sin matices, traición. Por haberse vendido la Patria y toda cuanta dignidad solo para preservar el Govern a costa de entregar el alma al diablo.

Traición, palabra de una gravedad extrema pronunciada en nombre de la Patria y de la integridad, porque suprimir el delito de sedición solo se merece esta consideración. ¡Traición, traición y traición! Traición que será contestada con movilizaciones en la calle. Aquí y allí. Para denunciar los Judas Iscariotes que han gestado y acordado el infame acto de derogar el delito de sedición dejando así a la intemperie el más sagrado de la condición patriótica.

¡Traición! Con luz y taquígrafos, señalando con el dedo honorable del patriota que vela por la integridad de las costumbres y la pureza de la razón, para combatir y castigar toda herejía. ¿Reforma del Código Penal? ¡Traición! ¿Supresión del delito de sedición? ¡Traición! ¿Dialogar? Traición, traición y traición. El país, este y aquel, está lleno de traidores ante los cuales no hay veleidad posible, tanta vileza no puede ser perdonada.

¡Traición! Que será subsanada tan pronto como sean desalojados del poder los desvergonzados traidores que han propiciado este enésimo acto de rendición, derogar la sedición para vergüenza propia y ajena. Ya solo nos queda esperar que el Arcángel Feijóo eche a los ruines de corazón y se siente en el trono para restablecer el orden. Eso es, el delito de sedición. ¡Traidores!