Xavi Noriguis dice que el país es un nido de pulgas. Porque es pequeño y porque, a menudo, sea cual sea tu sector, la sensación es que somos cuatro gatos. Es una metáfora que queda entre el nacionalcuñadismo y la realidad, como todo lo que dice Noriguis. En la práctica, solo es fiel a los hechos para los que nos dedicamos a alguna actividad "expuesta", si se me permite la vaguedad. Sobre todo en el sector cultural —en sentido amplio—,. la impresión es que en todas partes te encuentras a los mismos. La opinión pública catalana, por ejemplo, es la caja de resonancia de los cuatro tarados de siempre, bramando. Me incluyo sin muchos escrúpulos. Esta centrifugación, que se inicia en el egocentrismo de saberse escuchado, favorece el espejismo de país pequeño y de talento limitado.

En la cabeza de según quién, el país son diez nombres. Veinte, como mucho. Lejos de explicar la realidad y de servir para conocer bien qué tipo de gente somos y qué hacemos, reducirnos a los que tienen unos espacios controlados y una capacidad concreta para hacer escuchar su voz, provoca el efecto contrario: es una distorsión que se retroalimenta. El otro día, un amigo del gremio me contaba que sale con una chica completamente ajena a todo esto y que, lejos de hacerle sentir que entre los dos existe una brecha de referentes y de intereses, su alienación les permite conocerse sin pasar por las leyes del país pequeño, con mucha más paz.

Una de las consecuencias de reducir el recinto del pensamiento a quien ocupa su escaparate es que enseguida lo tienes todo aprendido. No deja de ser absorbente, pero todo se vuelve previsible

Me molestaría que esta exposición de hechos se leyera como una victimización, porque es lo contrario. En el fondo, si la gente del mundo de la cultura —de la letra, la filosofía, la política o los medios, haciendo pinza— mueve la rueda inconscientemente o conscientemente desde el egocentrismo, la forma de salir de ello y de ganar perspectiva de las dimensiones del país es una cura de humildad: estar en contacto con gente de mucho más talento y mucho menos altavoz. Aprender a relativizar, porque el peligro de la distorsión es que aleja de la realidad y hace parecer loco. El país, gracias a Dios, es mucho más grande que los que se dedican a pensarlo.

Esta aproximación no nace de una posición antiintelectual. Al revés. Pienso en ello porque me parece que la intelectualidad del país tiene mucho más grosor que el volumen desnudo de gente que acepta la etiqueta. O que, sin pretensiones intelectuales, aprovecha su lugar para jugar con ideas y ponerlas en circulación. Una de las consecuencias de reducir el recinto del pensamiento a quien ocupa su escaparate es que enseguida lo tienes todo aprendido. No deja de ser absorbente, pero todo se vuelve previsible. Además, es fácil rendirse a la frustración de acabar pensando que si todo depende de esa o de ese otro, con quien sin duda tienes alguno personal, no iremos a ninguna parte. La gracia de que alguien de fuera de esta burbuja te pinte la cara es que, aparte de darte una lección, te amplía la perspectiva y te pone en condiciones de volver a tener esperanza en algo.

El problema no es que Catalunya sea tan pequeña que todo pase a ser personal, el problema es que, siempre que algo puede ser personal, escogemos hacerlo personal

El problema no es que Catalunya sea tan pequeña que todo pase a ser personal, el problema es que, siempre que algo puede ser personal, escogemos hacerlo personal. El país no es un nido de pulgas, pero los que tenemos un espacio para hablar de él lo contemplamos como si lo fuera —a veces sin darnos cuenta de ello. De entre todo este tapiz de gente, el perfil de quien sabe mantener cierta equidistancia en el juego sin salirse del mismo, de quien sabe utilizarlo a su favor sin perder la perspectiva, es el perfil que admiro con más fervor. Es el arquetipo de la chica misteriosa que se ha hecho viral en TikTok y de quien, en realidad, lo que a todo el mundo admira es la falta de necesidad de validación colectiva. En quien trabaja discretamente y sin descanso está la seguridad del que está lo suficientemente convencido de lo que hace a pesar del entorno. Las inercias de puertas adentro no alteran su dirección. Me parece que esta es la actitud de quien consigue serenarnos la mirada autocentrada y abrirnos nuevos horizontes.