“El trabajo dignifica, el trabajo te honra, el trabajo te realiza… el trabajo hasta te pone cachondo… todo el mundo cantando por la calle a las 6, las 7, las 8… VAMOS A TRABAJAR”. Es uno de los mejores monólogos de Rubianes, del que podemos disfrutar gracias a internet, como decimos los boomers. Rubianes es, posiblemente, el mejor monologuista de nuestra quinta. Con permiso de todos los grandes del show business catalán.
Y es que todos nos sentimos perfectamente identificados con la infinita pereza de los lunes por la mañana, cuando toca volver a empezar. Pero una cosa es disfrutar del diálogo del inefable Rubianes y la otra es hablar del mundo del trabajo con algo más de sentido. Hace poco celebramos el enésimo 1 de Mayo, considerado por muchos solo como un día de fiesta. Quedan muy lejos las manis de los años de lucha obrera. Pero siguen vigentes las legítimas reivindicaciones de "trabajar menos y cobrar más". Y no puedo estar más de acuerdo. Lo que no acabo de ver es si esto es muy sostenible. Deseable sí. Pero, ¿cómo hacerlo sin cargarse el estado del bienestar? Complicado.
Tomemos como ejemplo las reivindicadas 37,5 horas. De entrada, no tendrán el mismo impacto en todos los sectores. De nuevo, la industria y las actividades en turnos se verán severamente perjudicadas. Es evidente que las empresas industriales (y el comercio), donde la producción depende directamente de los costes laborales, tendrán que subir precios de nuevo para no perder competitividad cuando vean que no pueden absorber estos incrementos con otras mejoras de productividad. He aquí un lenguaje muy técnico para decir que lo ponemos todavía más difícil para competir, es decir, para poder seguir dando trabajo.
Todos queremos trabajar menos y cobrar más. Pero, ¿cómo hacerlo sin cargarse el estado del bienestar? Complicado
Seguramente, el trabajo no dignifique per se, sino que somos nosotros los que lo convertimos en una forma digna de ganarnos la vida. Todos, absolutamente todos, queremos trabajar menos y cobrar más. De hecho, cuando nos jubilamos cobramos sin trabajar, a cuenta de todo lo que ya hemos trabajado. Este es el punto de llegada de una vida de trabajo que nos dignifica. Una justa y merecida recompensa por todas las mañanas "Rubianes" que nos ha tocado vivir. Unos más que otros, pero todos hemos maldecido las mañanas del lunes. Para mi abuelo, hijo de la industria de principios del siglo XX, obrero y líder sindical de la CNT, que empezó a trabajar a los 14 años "oficialmente", pero que ya llevaba años yendo a la fábrica a hacer trabajados mal pagados, trabajar lo era todo. Solo le obsesionaba que hubiera trabajo y que la gente trabajara. El movimiento obrero quería ordenar una forma, muchas veces abusiva, de trabajar, y fue proponiendo incansablemente mejoras que, afortunadamente, han permitido avances indispensables tanto en la seguridad como en la relación tiempo/salario. Pero mientras se iban alcanzando hitos sindicales en Europa, la industria local iba desapareciendo y dejando paso a las exportaciones de Asia, que ha acabado convirtiéndose en la fábrica del mundo. Por suerte, todavía nos queda una industria muy resiliente en Europa, que ha mantenido después de la covid la esperanza de que no había que desmontarla. Es imperativo entender que los sectores emergentes de las nuevas tecnologías no son competencia directa de la industria más tradicional. Es necesario que cualquier país tenga un poco de todo: agricultura, comercio, turismo, servicios, construcción, tecnología de vanguardia, I+D puntera, transferencia, medios… pero también industria manufacturera y pesada.
El vidrio, para continuar con el ejemplo que conozco más de cerca, sigue siendo un oficio durísimo, en turnos, y con el corazón permanentemente en un puño. Sin la complicidad sindical, la actividad del vidrio sería imposible de gestionar. Y aquí el trabajo sigue siendo un digno deber para todos. ¿Cómo es que seguimos produciendo vidrio? La voluntad de todos. ¿Tiene sentido que exista industria como la nuestra en Europa? Sin duda. Sin botellas de vidrio no hay perfumes, ni cremas, ni coñac, ni vino, ni agua mineral. ¿Tienen que hacerlo todo en Asia? Habrá que lucharlo. Porque hasta que no logremos dejar el mundo material como referente y nos adentremos en la virtualidad anunciada por los gigantes de META y compañía, tendremos que seguir viviendo en casas construidas, comprando comida de nuestros campos, vistiéndonos con ropa fabricada y utilizando el vidrio, el plástico o el cartón como material para embalar y transportar todo lo que necesitamos para vivir. Y tocará seguir trabajando, “ese arte que tan noblemente practica el 99,9% de la humanidad”, como dice Rubianes, tan dignamente como se pueda.