La última barbaridad que nos llega de la España bárbara (es decir, la que disfruta con fiestas en las que se torturan animales e incluso llega a considerarlas un bien cultural) ha pasado en Coria, en pleno Cáceres. Después de hacer sufrir a un toro en las corridas que montan por las fiestas de San Juan, lo han metido en un cercado y le han pegado un tiro en la cabeza. Los perpetradores de la barbarie son, según el testimonio recogido por el Partido Animalista PACMA, "civiles con licencia de armas", que también habrían abatido a tiros otro toro durante las fiestas. No hace falta decir que el alcalde del PP, un tal José Manuel García Ballestero, no solo no lo ha rechazado, ni lo ha considerado ilegal —aunque vulnera de manera flagrante la misma ley de Extremadura—, sino que se ha felicitado por el éxito de las festividades. La falta de empatía por el dolor de los animales, sumado al gusto por la violencia y el desprecio más rotundo por la vida de un ser vivo, es un triángulo de deshumanización que conforma una sociedad muy enferma. La tortura a los animales no puede tener cabida en una sociedad avanzada y civilizada, y aquellos que la defienden se sitúan, de lleno, en el territorio oscuro de la caverna.

Pero este artículo no se centra en las miserias de la España bárbara, aunque la tradición de maltrato a los animales está tan arraigada que configura parte de su identidad. Sino al contrario, se plantea las miserias de la Catalunya bárbara que, minoritaria y acotada, todavía disfruta de apoyo y de impunidad. Es cierto que nuestro país ha desarrollado una sensibilidad mucho más evolucionada con respecto a los animales, y la ley que los protege, junto con la desaparición de las corridas de toros, son los ejemplos más claros. Pero, en paralelo, siguen existiendo fiestas que basan la diversión en el maltrato más abyecto a los animales.

Es imposible de justificar la doble moral de los partidos que, mientras aprobaban la ley de protección de los animales, vendida como un gran hito animalista, garantizaban, con una excepción ignominiosa, la protección de los correbous

Hablo de esta aberración indigna llamada correbous (y variantes), practicada en algunas partes del territorio, para vergüenza colectiva. Es imposible de justificar la doble moral de los partidos que, mientras aprobaban la ley de protección de los animales, vendida como un gran hito animalista, garantizaban, con una excepción ignominiosa, la protección de los correbous. Los responsables directos del sufrimiento, las heridas y las torturas que sufrirán los toros que en los próximos días serán atados, mientras jóvenes bárbaros tiran de ellos por todas partes, o se aterrorizarán con el fuego que les pondrán en los cuernos, o sufrirán estrés, golpes, gritos y todo tipo de burradas en las corridas que les obligarán a hacer, los únicos responsables son los dos partidos catalanistas que tantas veces se han jactado de "ser diferentes de los españoles". Señalo directamente a la vieja CIU y a ERC que, en su momento, prefirieron venderse el alma por un puñado de votos. Timoratos, acojonados e incoherentes, fueron ellos los que podían cambiar el paradigma animalista en nuestro país, y no lo hicieron. Y después, durante décadas, ninguno de los dos partidos, ni tampoco ahora Junts, habían dado el paso adelante para acabar con una práctica de maltrato y tortura que nos indigna como nación y nos ensucia como sociedad. No se puede defender un país renovado, diferente, civilizado, y al mismo tiempo permitir la barbarie legal. En este tema, ni ERC, ni Junts se han diferenciado, ni un milímetro, del PP, PSOE y Vox.

El resultado de esta permisividad será más de 400 actos taurinos este verano en una treintena de municipios, la inmensa mayoría en las Terres de l'Ebre, con más de un centenar de toros embolados —es decir, con fuego— en una veintena de municipios, y pagados con dinero público. En total, Animanaturalis sitúa el gasto en más de 860.000 euros, con Amposta como el ayuntamiento que más dinero desprenderá: 123.000 euros. Es decir, Catalunya permitirá que casi un millón de euros sirva para promocionar la barbarie.

Catalunya permitirá que casi un millón de euros sirva para promocionar la barbarie

Los correbous, y sus modalidades más infernales, los bous embolats y los capllaçats, sitúan Catalunya en el mapa de los países maltratadores: esta es la verdad inapelable, por mucho que la queramos maquillar con otras prácticas de bienestar animal. Las imágenes que la organización Animanaturalis ha documentado sobre el maltrato de los toros en L'Ampolla, Sant Jaume d'Enveja y Camarles, son explícitas y no permiten discusión: golpes, caídas, quemaduras, y todo tipo de pirotecnia, cohetes y tracas con los pobres toros en la plaza. No hay versiones "buenas" de estas prácticas aberrantes, sino una única versión: la práctica de la tortura.

En este sentido, la única esperanza es la proposición de ley presentada por la plataforma Prou Correbous que, de la mano de la CUP y Podemos, está en trámite en el Parlament. La buena noticia es que no se han presentado enmiendas a la totalidad, de manera que el debate se producirá en las partes y no en el todo. Pero la mala es que se trata de una proposición que solo intenta acabar con las modalidades más agresivas —los bous capllaçats, los embolados y los bous de mar—, pero renuncia a la abolición completa por el miedo de los partidos —especialmente ERC y Junts— a perder votos en las Terres de l'Ebre. También es una mala noticia que la proposición no tenga fecha de debate, cosa que podría implicar una sutil desaparición en el limbo parlamentario. Sea como sea, es la primera vez que estaremos cerca de acabar con los correbous o, por lo menos, restringirlos seriamente, de manera que hace falta toda la presión ciudadana posible.

Gandhi decía que un país, una civilización, se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales

La reflexión final es obligada. No hay ni un solo motivo decente para defender las prácticas del maltrato animal. Todos los argumentos a favor pueden ser alambicados, bien estructurados e incluso inteligentes —o pueden tener florituras literarias, estilo los Hemingway de turno— pero siempre parten de un pecado original: se fundamentan en la indecencia de no sentir empatía por el dolor de los animales. Y este principio básico, la empatía con los otros seres vivos, es la línea que separa la civilidad de la caverna, un territorio estéril donde no puede crecer una sociedad digna, ni una república ilustrada. Disfrutar y festejar mientras un animal sufre, es un signo de decadencia que solo puede construir miseria. La estima y el respeto a los animales es una fuente de valores esenciales. El desprecio y la barbarie es una escuela de deshumanización. Y de esta deshumanización forman parte todos aquellos que, desde esferas de poder y decisión, permiten, dan cobertura, protegen o disculpan la tortura. Que piensen en ello los partidos y los líderes políticos que nos gobiernan.

Gandhi decía que un país, una civilización, se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales. Si este es el juicio, la sentencia es clara: Catalunya es culpable.