Hace más de una década, me largué del diario El Punt Avui después de que su director me censurara un artículo dedicado a una de las muchas corruptelas culturales que perviven en Catalunya. No hace falta citar al protagonista de aquel escrito ni el antiguo capataz periodístico en cuestión (el primero debe agotar el poco aliento que le queda ejerciendo su especialidad, el latrocinio; y el segundo, ya tiene cojones la cosa, cobra como presidente del Consell de l'Audiovisual de Catalunya), porque hoy escribo sobre un gigante de nuestra cultura y cuando se habla de hombres excelsos, sobra cualquier mención a los pitufos. Buenos, vayamos al grano. Me quedé sin columna, que es como perder los dedos. Afortunadamente, la emergencia de blogs y social media empezaba a regalarnos una ventana desde donde poder escribir en libertad; abrí el mío, La Torre de les Hores, con el objetivo de publicar cada día, tan bien como pudiera y sin corsés.

Antes del crowdfunding, de Patreon o de Substack, lo de buscar pasta también tenía su tema... y más si te dedicabas a la letra. Busqué anunciantes, también pidiendo ayuda a los amigos, pero incluso los lectores habituales (el tipo de gente que te seguía porque "tú sí que dices las cosas por su nombre, sin pelos en la lengua y ya es hora de que alguien lo haga en este puto país de cobardes" y etc.) preferían mirar hacia otro lado. Fatigado de tanta triple moral, me planteé tirar la toalla y dedicarme a la papiroflexia, hasta que me llamó un señor que decía leerme religiosamente: se llamaba Antoni Vila Casas. Durante unos meses, Toni me ayudó de una forma absolutamente desinteresada y sin vanagloriarse. Fue la única persona que lo hizo y habíamos coincidido justo dos o tres veces. Si aquellos años de libertad (y, por lo tanto, de mi mejor literatura) tienen un padre, se llama Antoni Vila Casas.

Hoy escribo y pongo en acta que, muy probablemente, yo no habría podido seguir trabajando sin la ayuda de Toni

Hoy escribo y pongo en acta que, muy probablemente, yo no habría podido seguir trabajando sin la ayuda de Toni. Aviso para envidiosos: no fue un tema de pasta (al final, dinero para sobrevivir y respirar siempre encuentras), sino el hecho de notar que había alguien en el otro lado del papel con bastante inteligencia para entender mi genio y su espíritu libertario. Tiempo después he sabido, porque en esta tribu miserable todo se sabe, que algún mierdecilla amedrentó a Toni diciéndole que no me ayudara, que eso perjudicaría su prestigio (se lo susurraron empresarios juiciosos, periodistas eminentes e incluso escritoras que ejercen de ser buena persona: sé quiénes sois y no os olvido, hijos de la grandísima puta), pero el señor Vila Casas, aparte de hacer lo que la daba la gana con sus ganancias, mantenía la palabra y creía en el talento. La mayoría habría dudado. Toni no: era diferente.

Te lo digo tarde, querido Toni, porque las cosas importantes siempre se acaban diciendo cuando la piel ya está fría. La Torre de las Horas no es solo mía, ni siquiera es solo la réplica de la ermita de mi querido Francesc Pujols. Mi Torre también es un poco, qué coño "un poco", muy tuya. Hoy habrá mucha gente que glose tus méritos y poco me queda para añadir; aparte de recordar que este país, con diez o veinte hombres y mujeres como Antoni Vila Casas, sería una pequeña América que ni se preocuparía del problema de los españoles.

Gracias por tu generosidad, querido filántropo. Por tu torre. Y por el Diazepam, solo faltaría. Descansa, que no has parado. Yo sigo en pie. Seguimos, Toni, seguimos.