“De español con indígena, mestizo; de mestizo con española, castizo; de castizo con española, español (criollo); de español con negra, mulato; de mulato con española, morisca; de morisco con española, chino; de chino con india, pelusa; de pelusa con mulata, lobo; de lobo con china, gíbaro o jíbaro; de gíbaro o jíbaro con mulata, albarazado; de albarazado con negra, cambujo; de cambujo con india, sambiaga (zambiaga); de sambiago con loba, calpamulato; de calmapulato con cambuja: tente en el aire; de tente en el aire con mulata: no te entiendo; de no te entiendo con india: torna atrás...”

He ahí las 16 principales categorías, que, a partir del “mestizaje” entre las “razas” española, americana autóctona y africana —los esclavos negros—, constituían el sistema de castas establecido por la administración española en la América colonial. Un modelo basado en la división y la desigualdad étnica, en el que unos pocos, los españoles blancos, se situaban en la cumbre y la inmensa mayoría en la base, en función del grupo al que eran adscritos. Como todos los sistemas racistas de estratificación social, ese modelo se basaba en el color de la piel, en los rasgos físicos, el fenotipo, dada la invisibilidad del genotipo, el material genético interno compartido casi al 100% por toda la especie, es decir, por la única “raza” de seres humanos existente. A partir de esa clasificación, de esa delirante taxonomía, se deducía —y se instituía y legalizaba— una posición social y económica infranqueable. La supremacía correspondía al grupo más “puro”, el “más español”, el situado más arriba en la escala social, el “mejor” y “más bueno”...

El filólogo Joan Coromines estableció en sus estudios etimológicos de la lengua castellana que la palabra casta tenía en principio un valor neutro, se aplicaba a cualquier reproducción biológica; pero a partir del siglo XV, los portugueses en la India y, después, los castellanos, empezaron a aplicarla a las sociedades humanas. En castellano, casta acabó designando al linaje o estirpe de “pura raza”, es decir, de sangre “no contaminada” por judíos o “moros”. (En la actualidad, “la casta” es la presunta élite de la élite: sí, eso de lo que tanto abjuraban y a lo que ahora se van a incorporar Pablo Iglesias e Irene Montero con su chalet de 660.000 euros en la sierra madrileña).

España, desde aquellos tiempos en los que no se le ponía el sol, ha sido un estado etnicista hasta la médula

Como testimonia la historia y la evolución del lenguaje, España, desde aquellos tiempos en los que no se le ponía el sol, ha sido un estado etnicista hasta la médula. De hecho, la España de matriz visigótico-castellana ya destacó, en los prolegómenos de la conquista americana por la “limpieza” y expulsión de disidentes étnicos, culturales, religiosos: árabes, judíos, y luego, moriscos. Ese proceso siguió a la “reconquista” medieval y se prolongó en la modernidad contra los “otros” ideológicos: afrancesados, rojos... y, claro está, los “separatistas”, especialmente los catalanes (los vascos, en cambio, fueron asimilados a lo más primigenio, e incontaminado, de la presunta “pura raza” española, lo cual explica también muchas cosas).

sistema castes America colonial espanyola Wikipedia.commons

Anónimo, siglo XVIII. Museo Nacional del Virreinato (Tepotzotlán, México) / WIKIPEDIA

¿Todo eso son cosas del pasado, pantallas más que periclitadas? ¡Ojalá! España no es una excepción entre los estados imperialistas europeos pero sí un triste y temprano ejemplo de desprecio y sometimiento del diferente. Y existe un hilo que une ese pasado con la contemporaneidad, con la España más reciente. Con ese país cuyos dirigentes, en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, forzaron literalmente a un exilio interior o exterior —la emigración a Catalunya o a Alemania—, de manera masiva y en un tiempo récord, a la mitad de sus ciudadanos. ¿De qué si no, la “España vacía” de la que tanto se lamentan ahora algunos? Pues bien: no por casualidad, es allí donde el sistema de “castas” interiores estaba históricamente más arraigado, el centro y el sur español, la Andalucía, la Extremadura y la Castilla de señoritos y jornaleros, donde más gente tuvo que irse para encontrar un futuro durante el franquismo. Es de la España castiza que tanto defiende Inés Arrimadas de donde huían la  mayoría, la muy inmensa mayoría, de los emigrantes que se establecieron en Catalunya hace cincuenta o sesenta años. No son precisamente los nacionalistas o los independentistas catalanes los que han excluido o expulsado a nadie, por mucho que los discursos neolerrouxistas de Cs invoquen una y otra vez, aunque sea de manera latente, esa fantasmagórica amenaza. Y, desde luego, son muchos también los catalanes “separatistas” que vienen de esa memoria, de esa España excluyente de la que no hace tanto tiempo que tantos tuvieron que irse. Una memoria, que, desde luego, no quieren que nadie les hurte o manosee. Por eso también el movimiento independentista catalán es muy poco étnico y sí muy cívico, muy "republicano".

Es de la España castiza que tanto defiende Inés Arrimadas de donde huían la mayoría de los emigrantes que se establecieron en Catalunya hace cincuenta o sesenta años

¿De verdad que los dirigentes de un país que exhibe ese cuadro de maltrato histórico a la diversidad, un país que tiene en sus fundamentos esas credenciales de exclusión del otro y de sí mismo, un país que fue pionero en implantar sistemas racistas y supremacistas de control social, ese país etnicista y clasista hasta la médula, está legitimado para mandar a la hoguera a Quim Torra por unos tuits y unos artículos en los que generaliza sobre "los españoles"? Es curioso que a Quim Torra, un enamorado de la política, la literatura y el periodismo catalán de los años 30, un supuesto "catalán" de una Catalunya que ya no existe, lo insulten y lo llamen racista, xenófobo, excluyente y supremacista los mismos que llamaban traidor al “charnego” José Montilla; por aliarse con los “nacionalistas” de ERC o por hablar catalán habiendo nacido en Iznájar (Córdoba).

Es curioso que a Quim Torra, un supuesto "catalán" de una Catalunya que ya no existe, le llamen racista, xenófobo, excluyente y supremacista los mismos que llamaban traidor al “charnego” José Montilla 

¿Quién es, de verdad, el obsesionado con dividir étnicamente a Catalunya? Cuando, sin asomo de vergüenza alguna se compara al actual president de la Generalitat con Hitler, Le Pen o Orbán, o se pide con la impunidad más absoluta el bombardeo de Barcelona —por lo visto, toca cada cincuenta años—, me pregunto si no será que desde su fondo de armario, desde esa visión étnica y clasista de la vida y de la historia tan suya, tan castiza, los del “A por ellos” no habrán visto en todos los Quim Torra del mundo ese tipo de “catalán”, de “catalanufo” los llaman ahora, que ya no debería estar ahí. Como antes el indígena, el moro, el judío...