Oriol Junqueras ha decidido que luchar por el cambio climático resulta un asunto más urgente que distraerse con eso de la independencia. Por este motivo ha decidido fichar a nuestro meteorólogo nacional como flamante número dos de sus listas europeas. De hecho, según el criterio del mosén-capataz de Esquerra, cualquier emergencia que afecte a la madre naturaleza tiene más relevancia que la liberación nacional: ahora la excusa es el calentamiento global, pero también habría podido ser el encarecimiento del chocolate (¡esto de la mona de Pascua ya es un objeto de lujo!) o el advenimiento de la Tercera Guerra Mundial. Pero lo importante del caso es el método utilizado, porque el reclutamiento de Molina se ha tramado según la metódica pujolista de toda la vida: sin consulta interna a los órganos del propio partido y con la militancia enterándose de la noticia en las redes. Votar, ¡qué cosa más sobrevalorada!

La compra del producto "Tomàs Molina" sigue estirando el chicle de la táctica convergente-republicana a la hora de tramar tomaduras de pelo como aquel artefacto denominado Junts pel Sí: a saber, el alehop consiste en trufar las listas con profesionales de solvencia contrastada (aparentemente alejados del cinismo y las hipotecas de la partitocracia nacional) para así conseguir más ambición de cara a luchar por la emancipación de la tribu. El problema que tienen Junqueras y Puigdemont —mira por dónde— es que la gente no acaba de ser tan boba, y que todo dios ya sabe cómo acaban este tipo de inventos (el único mérito de Junts pel Sí fue conseguir que Lluís Llach dejara de torturarnos con sus aullidos). Para resumirlo brevemente: la disidencia se desvanece en la parsimonia del día a día y, al final del camino, todo el mundo acaba votando a la par, como sabe muy bien Clara Ponsatí.

Junqueras ha considerado que había que apelar a un consenso nacional tan grande como el silencio que se produce cuando Molina nos descubre si habrá precipitaciones en Espolla

Pero los motivos ocultos de esta nueva jugada maestra son, como siempre, algo más simples y mucho más miserables. Esquerra ha empezado a manejar encuestas internas que auguran una bajada importante de votos y Junqueras ha considerado que había que reaccionar apelando a un consenso nacional tan grande como el silencio que se produce en la mesa cuando Molina nos descubre si habrá precipitaciones en Espolla o mientras se entretiene mostrándonos fotografías de animalillos absurdos. La cosa tiene cierta gracia, porque el fichaje de Tomàs certifica que nuestros líderes ya han asumido tranquilamente que su trabajo consiste en alimentar la sed vampiresca de los guionistas del Polònia. Para ser eurodiputado, antes bastaba con ser pareja de un preso político: ahora solo hay que salir en la tele y hacer bailar las hormonas de la abuela. A estas alturas, los políticos catalanes ya son un calco de su caricatura.

Como siempre, los convergentes (Puigdemont acaba de anunciar el fichaje estrella de la empresaria tecnóloga Anna Navarro) han hecho exactamente lo mismo, pero con una mayor pátina business friendly. La dialéctica de fondo es gemela; hay que entretener a los catalanes, para que hagan cursillos de inteligencia artificial y marketing empresarial durante cuatro años más, y así los partidos se garantizarán el sueldo que les regala el sistema autonómico. En este sentido, Tomàs ha aprovechado muy bien el agujerito que le ha regalado Junqueras: con sesenta años muy bien llevados, una legislatura en las europeas te garantiza una pasta importante durante casi un lustro y la posibilidad de jubilarte con una pensión que ya la querrían los monarcas. 

Afortunadamente, la ciudadanía del país tiene la memoria mucho más solidificada que la pulsión por el olvido de sus líderes. Sabemos que eso de fichar a estrellas acaba con Gabriel Rufián ejerciendo de virrey en Madrid y que "el govern dels millors" solo consigue organizar consultas de pacotilla como el 9-N. Está bien que los partidos independentistas hayan asumido tan rápido su condición de broma pesada. Este, entre muchos otros, es un nuevo motivo más para abstenerse en las próximas elecciones. ¿Hasta cuándo no habrá que votar?, me preguntan muchos lectores. Primero y ante todo, hasta que dejen de engañarnos y robarnos a base de jubilaciones doradas; más todavía si apelan a un asunto tan serio como el cambio climático.