Si alguna cosa se tiene que reconocer a la derecha y a la ultraderecha españolistas es lo hecho de saber poner nombre a sus organizaciones. De esta manera las camuflan, las hacen más creíbles y consiguen vender gato por liebre, cuando menos a los que les quieran comprar el relato. Hablamos desde asociaciones hasta medios de comunicación, pasando por partidos políticos, y la mayoría de ellos de carácter filofascista. Con la excusa de que en un estado de derecho todo el mundo tendría que caber y tiene derecho a opinar, cambian la paradoja del filósofo Karl Popper, aquella que explica que la tolerancia ilimitada puede llevar a la desaparición de la tolerancia misma.

Las principales concentraciones del nacionalismo español —sobre todo las del Día de la Hispanidad— han sido convocadas por una organización que se llama Sociedad Civil Catalana. Con este nombre engañoso buscan erigirse en representantes de toda la ciudadanía y el lema con el cual se presentan en Twitter es: "Ayúdanos en defender la convivencia y la democracia". En su web se definen como personas que trabajan "por una Catalunya plural, bilingüe, leal e integradora, dónde todos los ciudadanos tengamos los mismos derechos, libertades y oportunidades". Que así redactado, si no sabes por qué web navegas, parece que estuviéramos ante la declaración de los derechos humanos.

Convivencia Cívica Catalana es otra de estas asociaciones sospechosas. "Luchamos contra la intolerancia del nacionalismo catalán, especialmente en el ámbito de la lengua", dicen. Cuando menos, en su definición se agradece que son un poco más honestos. Su presidente, Ángel Escolano, recientemente ha denunciado el Ayuntamiento de Hospitalet del Llobregat, donde reside, y lo ha obligado a cambiar ocho señales de tráfico porque solo estaban escritas en catalán. Corresponden justamente a las ocho señales que hay desde la puerta de su casa hasta la Ciutat de la Justícia, donde trabaja. Se ve que si no los rotulaban también en castellano, el hombre se perdía y no sabía llegar al trabajo. Y ahora se ha abierto la veda.

Díaz Ayuso ha definido el acuerdo entre Junts y el PSOE como "inicio de una dictadura". Y se ha quedado tan ancha, y eso que ella, de dictaduras, entiende

La Asociación de Historiadores de Catalunya, por su lado, acaba de emitir un comunicado de rechazo al pacto Junts-PSOE donde dice, textualmente, que "tras ser derrotada la rebelión de 1714 y según la ley, el monarca" —quieren decir Felipe V— "tenía el derecho en gobernar la provincia rebelde como dispusiese" y que "los Decretos de Nueva Planta no abolieron el catalán". Historiadores de Catalunya, se hacen decir... Este mismo pacto entre los partidos de Carles Puigdemont y Pedro Sánchez también ha escandalizado a la presidenta de la Comunidad de Madrid. Isabel Díaz Ayuso ha definido el acuerdo como "inicio de una dictadura". Y se ha quedado tan ancha (y eso que ella, de dictaduras, entiende).

Y si miramos las siglas de organizaciones políticas nos encontramos: PP, Partido Popular, que se apropia del concepto popular, como si ellos fueran el pueblo de base, clase obrera. Ciudadanos, que secuestran el sujeto de ciudadanía, para generar confusión, y ahora cada vez que usas esta palabra (ciudadanos) para referirte a las personas que viven en Catalunya, parece que les hagas propaganda en los de Rivera y Arrimadas. Y también hay los de VOX, que han escogido esta palabra en latín —quizás para parecer más intelectuales— que quiere decir voz, como si fueran la única voz válida, como si su voz no hubiera sido la única escuchada (e impuesta) durante lo franquismo del cual son herederos directos.

La picaresca de utilizar nombres aparentemente inocuos o la trampa de cambiar el sentido de las palabras es una estrategia mejor pensada de lo que pueda parecer. No podríamos hablar de ignorancia, inocencia o casualidad. Son nombres escogidos a conciencia. Para confundir, para dar gato por liebre. Y no solo lo registro de entidades clama el cielo. También las declaraciones queridamente provocadoras buscan apropiarse indebidamente de un concepto contrario a lo que teóricamente promulgan (como lo de golpe de estado o dictadura que decíamos bien).

Abascal o Aguirre han hecho llamamientos descarados para rebelarse las masas. Por mucho menos a Jordi Cuixart y a Jordi Sánchez les condenaron a nueve años de prisión

Dirigentes políticos —en activo o a la recámara— y pesos pesados de un estamento judicial podrido hacen declaraciones o toman decisiones incendiarias, sabedores de la irresponsabilidad que supone, con conocimiento de causa. Pero, ¿qué queréis? ¡Si incluso el rey de España, Felipe VI, se animó y fue quien empezó a abrir la puerta de la represión con aquel nefasto discurso del 3 de octubre de 2017! Otros cargos, como Abascal (VOX) o Aguirre (PP), hacen llamamientos descarados a ir contra el estado de derecho que dicen defender y a rebelarse las masas contra un posible gobierno progresista. Por mucho menos a Jordi Cuixart y a Jordi Sánchez les condenaron a nueve años de prisión.

Con este panorama, con todos estos eufemismos, manipulaciones, afirmaciones y sentencias, llegan nostálgicos del franquismo, neofascistas y fauna diversa anticatalana y se sienten legitimados para salir a la calle y disfrazar de manifestaciones a aquello que en realidad son ataques a la democracia. Protestar contra —entre otros— la amnistía haciendo menearse la bandera rojigualda y cantando el "Cara al sol" tiene poca credibilidad y mucha caspa. Que los nacionalistas españoles recalcitrantes se levantan contra su propia constitución y monarquía para considerar que los desampara, no deja de ser irónico. Los que llamaban "a por ellos" ahora prueban de su medicina, incrédulos que hoy "ellos" sean "nosotros".

Los fanáticos adictos a la "grande y libre" piden un respeto que no practican. Se movilizan en contra de Catalunya, no de la independencia y lo bastante, en contra de nuestro país, sin distinciones de ideología de los habitantes. El Estado español no terminó a la Transición, aquellos que mandaron durante la dictadura añoran lo poder absoluto. Son los mismos que ahora se exclaman, dispuestos a cambiar como sea lo que las urnas dicen. Algunos apellidos son idénticos, de otros recién llegados a la causa. En todo caso, el lobo cambia los dientes pero no de pensamientos. Y por paradójico que parezca, quizás habrá que hacer buena la idea de Popper: defender la tolerancia exige no tolerar el intolerante.