La agrupación de convergentes que forma el Consell de la República acaba de votar en consulta que el independentismo promueva el bloqueo a la investidura del próximo presidente español. Dice la teoría que Padre, Hijo y Espíritu Santo de este grupo se llama Carles Puigdemont y que, según el dictamen del rey Felipe VI, el candidato a presidir el Estado ahora se llama Pedro Sánchez. Si la política catalana fuera una cosa normal, pasaría que una votación de esta envergadura habría suscitado un poco más de animación que un raquítico 4,45% de participación (más en concreto, 4.021 de los 90.484 registrados del órgano). A su vez, y dada la condición del Consell como el ente supremo que aspira a superar las dinámicas de los partidos autonomistas, el resultado del plebiscito también tendría que implicar —como dirían los cursis— un mandato inequívoco de la militancia puigdemontista para que su líder certificara el no a Sánchez.

Pero las cosas, en Catalunya, siempre son un poco más delirantes. De hecho, el mismo portavoz del Consell —el tránsfuga permanente Toni Castellà— se había mostrado contrario a votar por el bloqueo de la investidura antes de que se manifestaran los detalles de la negociación. Aparte de esta contingencia, está el hecho curioso de que Carles Puigdemont sea el árbitro cambiador principal de la trama que tendría que poner condiciones a la investidura por parte de Junts (es, en definitiva, la persona a quien Míriam Nogueras rinde cuentas de todo) sin que el Molt Honorable 130 presida el partido ni tenga cargo. De hecho, a la pregunta metafísica de quién manda en el interior juntaire hay tantas respuestas como días tiene el año. Pero eso da lo mismo, porque aquí la cosa trascendente es que los militantes del Consell han votado una decisión casi gemela al resultado del 1-O: clara, pero sin nadie que la aplique.

Por escaso que sea el resultado de la consulta en el Consell, este es vinculante y sitúa a Puigdemont en la disyuntiva de saltarse de nuevo la democracia (como ya hizo el 1-O) o hacer caso a la gente a la que ha preguntado su opinión

El asunto tiene mucha gracia, porque el ala convergente de toda la vida que persiste en el seno de los juntaires ya hace mucho tiempo que tiene atado esto de investir a Pedro Sánchez. Si os encontráis a algún antiguo conseller de Junts en el Eixample, os meterá una turra inmensa sobre la oportunidad histórica que representa la amnistía, los esfuerzos titánicos que el Gobierno está haciendo para que el catalán sea oficial en Europa y toda cuanta mandanga de la tercera vía. También lo están intentando las fuerzas vivas de Foment del Treball quien, puestas a desencallar los escollos de la negociación, han publicitado hasta 11 transformaciones del aeropuerto de El Prat (y si no han presentado 345 es porque todavía no tienen bastante fuerza como para absorber el Mediterráneo del paisaje barcelonés). De hecho, el pactismo juntaire ya no sabe qué más ingeniarse para que la transacción autonomista entre Junts y PSOE satisfaga incluso al unicornio de Laura Borràs.

Pero Catalunya ha cambiado mucho en los últimos años y, gracias a los movimientos de las consultas iniciados en Arenys, aquí nos han pillado unos antojos que te cagas por votar cosas. Y por aquellas cuestiones de la vida resulta que cuando vas y pides la opinión a la gente... ¡pues la peña va y vota! Por escaso que sea el resultado de la consulta en el Consell, este es vinculante y sitúa a Puigdemont en la disyuntiva de saltarse de nuevo la democracia (como ya hizo el 1-O) o hacer caso a la gente a la que ha preguntado su opinión. En un contexto normal, insisto, no se hablaría de bloqueo, sino simplemente del voto de unos conciudadanos que han decidido sobrepasar la lógica pactista del autonomismo para hacer aquello tan pesado de seguir pidiendo la independencia de su país. Entiendo que a muchos les parezca extraño, sobre todo si pensamos en el hecho de que nuestro actual Govern tiene como motor último hacer que la gente deje de ser indepe.

La noticia al fin y al cabo es muy positiva, pues incluso una masa social como la del Consell (diseñada para decir amén a Puigdemont) ha acabado haciendo notar que no está para demasiadas transacciones y que, situados en la tesitura de negociar, lo único que les interesa poner sobre la mesa es la independencia de nuestro país. Puigdemont quizás se los tendría que escuchar, a no ser que le haya cogido gustillo a esto de preguntar a la peña para acabar dejándola en la estacada. Pero insisto; todo esto son buenas nuevas, porque al final todo vuelve a la cuestión central, que se llama independencia. En el partido de la abstención también lo tenemos muy claro.