Hace cincuenta años, las diferencias entre los hombres y las mujeres eran muy claras y tenían unos límites muy bien definidos: los hombres llevaban bigote, tenían pelo en el pecho, eructaban en la mesa y hablaban abiertamente de la masturbación y las mujeres eran seres angelicales sin deseos carnales que ansiaban encontrar un hombre que quisiera casarse con ellas y así poder dedicarse a su gran pasión: ser amas de casa. Actualmente, la línea que, tiempo atrás, separaba con tanta contundencia los conceptos de hombre y de mujer no es que se haya difuminado, es que ha desaparecido del todo. Somos hombres-mujeres o mujeres-hombres (no querría ofender a nadie con un masculino genérico ni poniendo antes la palabra masculina que la femenina..., creo que estoy a punto de entrar en un bucle de disculpas infinito que augura un final apocalíptico; resumiendo, estoy intentando ser lo máximo de inclusiva posible y no excluir a nadie; diré, pues, que tanto unos como otros somos seres vivos o seres vivas..., ya paro).

Os he explicado todo esto —a pesar del riesgo de ofender a alguna persona ser vivo— porque os quería decir que me estoy planteando ser un gati (que vendría a ser un gato que no es ni macho ni hembra, simplemente es). De un tiempo a esta parte, me siento gati: me gusta dormir, comer sardinas, estirar las piernas, lamerme los pulpejos de las manos, que me acaricien todo el santo día y tocar los cojones toda la noche. No lo puedo evitar, me siento así y me gustaría que la sociedad hiciera un esfuerzo más y aceptara que hay seres vivos que nos sentimos gatis y no pasa nada. Puestos a pedir, también me gustaría que me pagaran un sueldo vitalicio porque, como gato, no se me permite hacer nada más que gandulear durante todo el día y no me veo capaz de trabajar ni un minuto. Cuando era adolescente me di cuenta de que no encajaba con nadie y que me sentía diferente a todos mis compañeros de clase: ellos se depilaban y yo solo ansiaba tener pelo en todo el cuerpo y tumbarme en la azotea de casa para tomar el sol. Negué esta realidad durante muchos años, hasta que un día, caminando por la calle, vi que un gato se enroscaba en un jardín para dormir la siesta y lo emulé: me enrosqué tanto que tuvieron que venir tres unidades de bomberos para volver a ponerme recta.

Nuestro cerebro no es capaz de trabajar sin categorizar; explotaría si tuviera que memorizar individualmente cada cosa que percibe sin ponerlo en ninguna categoría

Pero dejemos de hablar de mí y volvamos a la dicotomía hombre-mujer. Es cierto que hace cincuenta años la línea que separaba los conceptos de hombre y de mujer estaba muy bien definida y que las características que se asociaban a la mujer eran las más aburridas, sacrificadas, poco valoradas y menos recompensadas, pero también es cierto que querer hacer desaparecer esta línea es un poco absurdo. Categorizamos la realidad que nos rodea para simplificarla y permitir así que nuestros cerebros puedan memorizar una mayor cantidad de conceptos y que estos ocupen poco espacio dentro de nuestro disco duro; y para conseguirlo —y para no sacar humo por las orejas— tenemos que utilizar generalizaciones a la fuerza. Por lo tanto, deberíamos ser capaces de saber diferenciar y separar las categorizaciones (que se fundamentan en generalizaciones y que son convencionalismos) de las percepciones que tenemos de nosotros mismos (que se fundamentan en la subjetividad). Una cosa son las clasificaciones que se hacen para poder definir de algún modo la realidad y la otra, cómo se sienten las personas. Una cosa es racional y la otra emocional. Y siempre que se mezclan estas dos cosas, se complica todo, porque las emociones no se entienden con la razón. ¿Qué quiero deciros con todo esto? Que así como nuestro cerebro ha categorizado el concepto coche memorizando sus características imprescindibles (sin las cuales no puede ser un coche) para no tener que memorizar todos los coches del mundo; con los conceptos hombre y mujer ha hecho lo mismo. Nuestro cerebro no es capaz de trabajar sin categorizar; explotaría si tuviera que memorizar individualmente cada cosa que percibe sin ponerlo en ninguna categoría. Todos estos razonamientos que os he expuesto hasta ahora no impiden que piense que se tendría que hacer una actualización de las características que se asocian a los hombres y a las mujeres, porque no tienen nada que ver con la realidad actual. Dicho esto, que cada uno se sienta como quiera, se acueste con quien quiera y dejemos de borrar tantas líneas, porque al final confundiremos los dioses con los hombres y no podremos ni decir buenos días sin que algún colectivo se sienta ofendido.