Los aspavientos ante el manifiesto de la ANC para el Onze de Setembre han sido tan legítimos como sorprendentes. Los de Feliu no dicen nada que no responda a una inercia verbalizada reiteradamente. Nada de nuevo en una deriva que, en todo caso, se ha acentuado en paralelo a la pérdida de representatividad e influencia de una entidad que nació heredando el legado de la Plataforma pel Dret a Decidir.

Los planteamientos de la ANC hace años que representan a una facción del independentismo. Es la que clamaba "Abrid las prisiones", una demanda se supone que dirigida por encima de todo al president Torra, que a su vez se sacudía las pulgas y trasladaba la exigencia a la consellera de Justícia, Ester Capella. Las cosas de Torra, como su hilarante "¡apretad!" cuando era el president de la Generalitat, aunque no siempre ejerciera con plenitud. Waterloo era omnipresente.

El punto más notable de inflexión —aunque con anterioridad ya se había producido el asalto partidista a la presidencia de la entidad en mayo de 2015— se produce cuando la ANC se alinea con Junts per Catalunya en las elecciones de diciembre de 2017. Lo más inquietante, desde un punto de vista estrictamente democrático, es que planteó que no reconocería a ningún otro president que no fuera Puigdemont. Obviamente, el dardo era para Oriol Junqueras, entonces en la prisión de Estremera. Una invectiva que ponía en cuestión la legitimidad de los votos de una contienda electoral que, si bien fue convocada por Rajoy, contó con la aceptación de todos los partidos. Al mismo tiempo, evidenciaba el partidismo descarnado de un sector mayoritario de la entidad que impuso su tesis en descarada connivencia con una de las formaciones políticas en disputa. Como finalmente el designado por Puigdemont para presidir la Generalitat fue Torra, también de Junts, a la entidad le pareció bien.

Los planteamientos de la ANC hace años que representan a una facción del independentismo

Tampoco es ninguna novedad que la ANC flirtee, en el manifiesto, con la presentación de una candidatura electoral propia, una lista que hay que interpretar al margen de los partidos. Es la enésima ocasión. Lo cierto es que la ANC hace años que amaga con una candidatura propia, una posibilidad que después nunca se ha atrevido a concretar. Con una media excepción: avaló y financió la candidatura de Primàries a la alcaldía de Barcelona. Del todo no acabó de funcionar la propuesta electoral. Primàries no obtuvo representación a pesar de sumar a una respetable cantidad de personas en el lanzamiento de la candidatura. En proporción, muy por encima de los votos que efectivamente después obtuvo. Por el contrario, probablemente debilitó la candidatura de Elsa Artadi, que protagonizó el peor resultado de la historia —de este espacio político en permanente controversia y refundación— en la capital catalana.

A Primàries —salvando las distancias que no eran pocas— le pasó como a Nacionalistes d’Esquerra en marzo de 1980. Los de Jordi Carbonell llenaron hasta la bandera el Pavelló d’Esports de Barcelona —y con todo el glamur y apoyo explícito de personalidades— mientras que los de Heribert Barrera solo daban un modesto mitin final con unos centenares de personas. Barrera hizo 14 diputados y N d'E ni uno.

Lo que haría electoralmente la ANC es una incógnita, porque explícitamente nunca se ha testado en unos comicios populares. Si bien se intuyen dos más que plausibles predicciones. La primera, sin el aval de Puigdemont —erigido en icono de este independentismo encendido—, difícilmente saldría adelante. Y segunda y en cualquier caso, difícilmente cazarían más votos de los que ahora ya tiene la marca Junts. O más bien volverían a centrifugarlos.

La realidad es que el cuarto espacio ya existe. Sólo que ahora, electoralmente, es una de las almas que late en el seno de Junts. En caso de escindirse, no sumaría nuevos votos a la causa que con tanta vehemencia se proclama defender. Habría, eso sí, si saliera bien, un independentismo sin mancha, nítido como una patena. A la espera de una propuesta que todavía lo fuera más. Siempre hay uno dispuesto a ser más puro.

No es tan concluyente eso de tocar fondo. Siempre se puede seguir cavando.