Como en cualquier otro mundo imaginable, también para nosotros tiene más valor un muerto próximo que mil lejanos. Y así, mientras en el mundo el hambre, las enfermedades y los traficantes de almas generaban multitud de muertes, aquí hemos estado unos días enfrascados en el seguimiento del Titan, el sumergible en el que, previo pago de una cifra inalcanzable para el bolsillo medio, cuatro personas eran transportadas hasta el lecho de las profundidades marinas, allí donde duerme el Titanic desde hace más de un siglo.

Entre la gente que tiene todas sus necesidades cubiertas con creces, también existen pobres, esos que lo son tanto que solo tienen dinero

Sobre ese barco legendario, que partió del puerto de Southampton el 10 de abril de 1912 para no volver a atracar en ningún otro, corren desde su hundimiento en las frías aguas del Atlántico norte todo tipo de especulaciones, desde las más verosímiles hasta las conspiranoicas. Que si su nombre fue sustituido por el del Britannic para poder cobrar la indemnización del seguro por el siniestro, que si fue saboteado desde el interior porque en él viajaban cuantos prohombres eran contrarios a la creación de una reserva federal con la que sufragar los gastos bélicos que solo dos años después se dieron en la I Guerra Mundial... Nada que ver con la versión romántica del suceso hábilmente filmada por James Cameron en 1998 y convertida en una de las películas más taquilleras de la historia del cine, en la que el spoiler, como sucede con la historia del Hijo de Dios sobre la tierra, no perjudica la expectación.

Entre la gente que tiene todas sus necesidades cubiertas con creces, también existen pobres, esos que lo son tanto que solo tienen dinero. Y es que, hastiados, faltos de cualquier motivación para seguir viviendo que no sea un consumo excesivo de adrenalina a través de actividades de riesgo, es comprensible que asumieran los riesgos que venían indicados en el contrato que firmaron para poder descender en el Titan. Sí, la muerte era el riesgo allí especificado, pero el propio creador del artefacto estaba convencido de su seguridad y también formaba parte de la expedición, así que es difícil que nadie pueda especular sobre eventuales indemnizaciones por el hecho de no haber sido homologado el aparato como lo fueron otros antes. Aunque es probable que ya algún despacho de abogados haya propuesto a los familiares de las víctimas reclamar por el siniestro. Porque se sabe que vivimos en un mundo en el que incluso podemos ser salvados de los efectos de nuestras propias decisiones libres.