Miguel Díaz-Canel, después de estar dos años en boca de todos para relevar a Raúl Castro en Cuba, finalmente se ha erigido como presidente de los Consejos de Estado y de Ministros cubanos. Nominalmente, ello significa que se convierte en jefe de estado y máxima figura del régimen, pero en realidad sigue siendo el número 2 detrás de Raúl Castro. Y eso, precisamente, es lo que los dos hombres quieren.

Díaz-Canel es, visto como ha actuado hasta ahora, más fidelista que Fidel. Ha jurado y ha declarado a los cuatro vientos su lealtad a la Revolución y ha prometido continuidad en la lucha contra "la influencia maléfica del imperio americano". Es un hombre tranquilo y pausado que nació y creció en Villa Clara, una provincia más bien rural, alejada de La Habana, y donde las históricas desigualdades económicas y sociales de antes del advenimiento de Fidel Castro dan a la Revolución un aire místico que ha perdido en lugares más urbanos.

Díaz-Canel en realidad sigue siendo el número 2 detrás de Raúl Castro. Y eso, precisamente, es lo que los dos hombres quieren

Y así, aunque permanecer bajo la aparente tutela de Castro pueda parecer humillante, o castrante, la situación favorece mucho a Díaz-Canel, y él lo sabe. Normalmente, los nuevos líderes en países autoritarios son muy débiles al principio del mandato, ya que otros elementos dentro del régimen, y sobre todo dentro del ejército, pueden ver su oportunidad y lanzar un alzamiento. Y todavía más si el nuevo líder es un político civil dentro de un Estado con un fuerte poder militar, como es el cubano. Los tiburones huelen sangre en cuestión de segundos, y Cuba está demasiado delicada para soportar un mordisco de inestabilidad. La presencia de Raúl virtualmente asegura que ello no sucederá, y que los que ahora callan seguirán callando unos años más.

La esperanza de Raúl Castro y su círculo íntimo son que Díaz-Canel conseguirá consolidarse en el poder durante este tiempo, y a su vez soldar la línea continuista del nuevo líder. Será difícil para el presidente novel dar un golpe de timón brusco si su capital político se fundamenta en la continuidad de la Revolución como la hemos vivido hasta ahora. Por lo tanto, la jugada maestra del poder cubano actual es otorgar la presidencia prematura a un nuevo actor de confianza a cambio de consolidarse gracias a la línea clásica del régimen. Si todo le sale bien a Castro, Díaz-Canel quedará como líder real dentro de unos años con un círculo eminentemente castrista, y con pocas opciones de virar hacia el capitalismo o, menos todavía, hacia la democracia occidental. Al menos hasta que un choque externo o un nuevo paradigma inesperado destrone el ideario revolucionario, sea pronto o dentro de siglos.

El primer test de verdad vendrá cuando muera Raúl Castro. Sólo entonces conoceremos si existen fuerzas oscuras dentro del régimen que quieren cambio, y si estas son correspondidas por una parte suficientemente importante del pueblo que también anhela un nuevo rumbo. Con la información que hemos recopilado en los últimos años los especialistas, la previsión es que los que esperan un cambio radical en la isla, ahora o en un futuro próximo, pueden sacar un cigarro Montecristo del humidificador, una botella de ron del armario, y sentarse cómodamente en una butaca a esperar. La línea dura del régimen y el anti-imperialismo siempre han arraigado entre una mayoría, y la nueva generación observa bastantes cambios en positivo como para seguir creyendo en esta Revolución peculiar y mutante. Para bien o para mal, creen en ella. Despotrican, pero la viven. Si Díaz-Canel mantiene la misma combinación de flexibilidad y mano dura que mostraron los Castro durante décadas, tendremos Revolución por mucho tiempo.

Joan C. Timoneda es profesor de Ciencia Política de la Universidad de Maryland (EE.UU.)