A menudo, más que el momento en sí mismo, aquello que llena de sentido las vivencias son los preparativos. La previa. La espera. Como cuando éramos pequeños y la noche antes de una excursión en el colegio no podíamos dormir e incluso nos despertábamos antes de tiempo, cosa que en un día normal y corriente no había quien nos sacara de la cama a la primera y se nos enganchaban las sábanas. La tarde anterior la pasábamos haciendo la mochila, repasando la lista de lo que nos queríamos llevar: cantimplora, biodramina, libreta y lápiz, cámara de fotos (con carrete, claro está). Imaginábamos cómo sería a la mañana siguiente mañana. La novedad. La ilusión.

El afecto y el tiempo que ponemos a las cosas antes de que pasen es lo que las hace especiales y es lo que, probablemente y de vez en cuando, las acaba haciendo posibles. Pensarlas, desearlas. Hacer que pasen. Planificar una travesía por la montaña, mirar el mapa, llamar a los refugios, pesar la mochila. Organizar una boda, escoger a los invitados, buscar el restaurante, escribir los votos. Ir a un concierto, escuchar en bucle las canciones de aquel artista cuando se acerca la fecha, ver dónde aparcaremos. Una cena de amigos, crear el grupo de WhatsApp, encontrar día, recordar viejas anécdotas. Vivir los lugares antes de verlos. Ir a los momentos antes de vivirlos.

En la preparación ya hay diversión implícita. De hecho, la segunda no existiría sin la primera. Ahora que viene Semana Santa y que muchos se marcharán a pasar unos días fuera, el simple hecho de pensar en el puente largo que está a punto de llegar ya causa felicidad, porque intuimos el descanso, la diversión, la desconexión. Haber dedicado algunas horas a programar y pensar qué haremos es una celebración por sí sola. Hacer vacaciones, escoger destino, comprar entradas para alguna actividad, decidir hotel, hacer la maleta, escoger el libro que nos llevaremos, adquirir billetes, revisar el aire de las ruedas del coche.

Llegado el momento de vivir todo aquello que con tanta estima y tiempo se ha preparado, simplemente importa ser conscientes de cada minuto e intentar que la mente no haga un viaje paralelo que nos lleve lejos de donde estamos. Que los atardeceres que se acercan tengan la luz adecuada y nuestra mirada esté a punto para contemplarlos. Que disfrutar sea el verbo principal del predicado y la fiesta el sujeto. Que la oración sea dicha en voz alta, que las personas con quienes la pronunciamos coralmente se vuelvan más importantes que el hecho mismo. Que consigamos sentirnos libres y al devolver en casa podamos mirar atrás y decir: sí, he vivido. En tiempo presente y en primera persona.