Cayetana Álvarez de Toledo (y Peralta-Ramos), marquesa de Casa Fuerte (concesión de Felipe V), periodista, historiadora, política, argentina, francesa y muy española, se ha ido a los toros. Y Morante de la Puebla —José Antonio Morante Camacho—, amigo del ultraderechista Santiago Abascal, le ha brindado un toro. Hasta aquí, nada extraño... si esta noticia fuera de hace 40 años. O uno. No, no es un escándalo especial que la diputada, que vive en Madrid, haya ido a Córdoba en pleno estado de alarma y restricciones de movilidad en Madrid. Al fin y al cabo, la política no debe detenerse. De hecho, primero fue a Barcelona a defender la estatua de Colón. Está en su derecho. Escuchemos sus argumentos. Hagamos un debate, incluso. Y votemos. Después fue a Córdoba a defender los toros. Nada que decir tampoco, con el permiso del PACMA y de los derechos de los animales. Quizás deberían estar prohibidos. Pero no lo están. No, no. Lo que más ha llamado la atención, quizás porque aquí el debate es inexistente porque las corridas sí que son inexistentes, es que en la plaza de toros de Córdoba, llamada de Los Califas, con capacidad para 17.000 espectadores, había público. Y mucho. Y, claro, como los campos de fútbol siguen vacíos, Rafael Nadal (el tenista, no el periodista) ha ganado Roland Garros con las gradas vacías y, incluso en el país del negacionista Donald Trump, la NBA lo han hecho sin espectadores y los jugadores encerrados en una burbuja en Disney World, la escena de la ciudad andaluza ha llamado la atención. ¡Hay público en los toros!

Hay público en los toros, no sé si por aquello de pan y toros o porque depende la economía de muchas familias —o por ambas cosas—, pero no en el fútbol. ¿Y también sería pan y fútbol, ​​no? Pues no

Pues sí. Resulta que cuando terminó el estado de alarma y las competencias volvieron a las autonomías, las comunidades establecieron aforos en las plazas de entre el 50% y el 75%, caso de Madrid. Nada que decir. Pero, insisto, como que aquí no tenemos toros y nos miramos el ombligo, hemos descubierto que ya este verano miles de personas han ido a los toros, el problema es que no siempre cumpliendo las distancias de seguridad, y no siempre con mascarilla, como demuestran las imágenes. De hecho, ya hubo un pequeño escándalo este verano cuando la Real Plaza del Puerto de Santamaría se llenó para ver a Enrique Ponce, Morante de la Puebla y Pablo Aguado, que cortaron tres orejas, tres, para alegría de otra política del PP, en este caso Isabel Benjumea, eurodiputada, que quedó muy satisfecha. Preguntado por las imágenes y la diferencia con el fútbol, ​​el ministro de Cultura y Deportes, José Manuel Rodríguez Uribes, respondió que "los estadios son mucho más grandes" y que es "una cuestión cuantitativa". Que los estadios de fútbol son mucho más grandes, es evidente. Pero que las plazas de toros, también son estadios, también. En la plaza de Córdoba, sin ir más lejos, se jugó la Copa Davis. Pero lo que chirría es que en la pista central de Roland Garros, la Philippe-Chatrier, cabe más o menos la misma gente que en la plaza de toros de Córdoba y, debido al incremento de casos en Francia, la final, el día antes de la corrida de Córdoba, se jugó sin casi público.

Total, que hay público en los toros, no sé si por aquello de pan y toros o porque depende la economía de muchas familias —o por ambas cosas—, pero no en el fútbol. ¿Y también sería pan y fútbol, ​​no? Pues no. Y tengo una duda. Resulta que Florentino Pérez ha aprovechado la pandemia para reformar el Santiago Bernabéu, una obra faraónica que se tenía que terminar en 2023. Y, como no hay partidos con público —el Madrid juega en el estadio Alfredo di Stefano de Valdebebas— el final de las obras se podrá avanzar al 2022. Y yo me pregunto: ¿por eso no hay público en los estadios de fútbol? Y me respondo que si Florentino del Gran Poder lo necesitase, ya haría tiempo que hubiéramos vuelto al Camp Nou. Donde, de hecho, a Josep Maria Bartomeu ya le va bien que no haya nadie. La pañolada no sería precisamente para pedir que le den una oreja.