El precandidato a las elecciones del Barça Jordi Farré ha anunciado que regalará un tatuaje del escudo del club o una pizza de Fabián Martin a quien le dé la firma para poder ser candidato. La idea ha sido recibida con algunas mofas, pero, fatigado del apocalipsis, me parece bienvenido todo lo que suene a divertido. Quizá por eso también veo acertado como eslogan de campaña "La gran remontada". De entrada, me ha recordado aquel 6 a 1 que ha hecho entrar esta palabra (en castellano) en el diccionario Larousse del año que viene. Dirá así: “REMONTADA (de l’espagnol, “remontée”). 1. Sports. Remontée de score inattendue permettant à l’équipe qui perd d’emporter la victoire dans un match de football, alors qu’il y avait un grand écart de points entre les deux équipes ; par extension, victoire inespérée d’une équipe ou d’un joueur lors d’une compétition, quelle qu’elle soit.” Después he pensado que no debe ser tan difícil remontar un club en franca depresión. Pero lo que me impulsa a escribir este artículo, sin que sirva de precedente, es el optimismo. Una virtud que, en tiempos de pandemia aún más, cotiza a la baja, también en el periodismo, tal vez por miedo a ser confundido con la ingenuidad. Pero si el psiquiatra Luis Rojas Marcos hace bandera de ello, yo me apunto.

Cuando el equipo se hunde deportivamente, el mejor jugador de la historia quiere marcharse y el viejo Camp Nou se cae a pedazos, la solución no llega de un multimillonario, sino de unas elecciones. Los socios decidirán el futuro de Messi, la política deportiva y la reforma del Camp Nou

Y, empezando por el Barça, no está de más sacar pecho con como un club de esta dimensión, comparable a franquicias como los Lakers de la NBA, resuelve sus crisis. Lo hace de una manera única en el mundo. Cuando el equipo se hunde deportivamente, el mejor jugador de la historia quiere marcharse y el viejo Camp Nou se cae a pedazos —y no lo digo yo, lo dice Carles Tusquets—, la solución no llega de un multimillonario, sino de unas elecciones. Los socios decidirán el futuro de Messi, la política deportiva y la reforma del Camp Nou. Y esto, que aquí lo vemos normal, no pasa en ningún otro sitio. Es verdad que los socios tampoco representan fielmente a la masa social, que se necesitan más de 2.000 firmas para ser candidato y, sobre todo, que hay que avalar un 15 por ciento del presupuesto. Pero también es verdad que en el otro gran club que no es una S.A. D, el Real Madrid, debes tener 20 años de antigüedad como socio y el aval lo tienes que presentar antes de las elecciones y con tu patrimonio. Con lo cual, a democracia, el Barça golea al Madrid. Después estaran los intereses económicos, políticos o, simplemente, de ego, para ocupar la silla con más influencia de Catalunya, pero el Barça es un club democrático, está vivo y, sólo eso, debería mantener el orgullo del culé. Y lo mismo ocurre con el govern de la Generalitat. Los más críticos pueden llegar a escribir que los actuales gobernantes han triturado el país y, encima, se pelean entre ellos. Es un relato demasiado simple. Pero —y aquí afortunadamente el país cuya capital lleva el nombre del club de fútbol, ​​no es un caso único— hay unas urnas y unas papeletas para cambiar las cosas.

Lo que es una evidencia es que en el hundimiento del Barça y del Govern, sin ignorar los errores propios, ha tenido mucho que ver la pandemia. Y aquí quería ir a parar también. La Organización Mundial de la Salud ha alertado de la "fatiga pandémica" y la ha definido como "desmotivación para seguir las recomendaciones de protección y prevención que aumenta con el tiempo". Yo ampliaría la definición. Y es verdad que la factura en vidas y economía habrá sido devastadora. Pero también es verdad que habrá vacuna en un tiempo récord. Que en el Barça y en Catalunya habrá nueva junta y nuevo Govern en primavera y que es difícil que lo hagan peor que sus antecesores. Y que, si todo va como tiene que ir, hay mucho ahorro esperando a ser gastado y mucho talento retenido que augura una nueva belle époque. Así que sí, esperamos una remontada, porque, parafraseando a Rojas Marcos, sin sentido de futuro, no vamos a ninguna parte.