Jaime Milans del Bosch, capitán general del ejército español y capitán general de la Tercera Región Militar, con sede en València, difundió un bando el 23 de febrero de 1981 en el que prohibía las reuniones de más de cuatro personas y establecía el toque de queda entre las nueve de la noche y las seis de la mañana. "Se establece el Toque de Queda desde las veintiuna a las siete horas, pudiendo circular únicamente dos personas como máximo durante el citado plazo de tiempo por la vía pública y pernoctando todos los grupos familiares en sus respectivos domicilios", decía el artículo 6.

Como tiene estas reminiscencias, cuando el Govern de la Generalitat ha querido aplicar el toque de queda, sólo unos días después de pensar abrir las discotecas, hay quien ha corrido a referirse a ella como queda a secas (que no deja de ser el toque militar que prohíbe a la población civil ir por las calles), cobrefoc (que no aparece en ningún diccionario y es una traducción literal del francés, referida a apagar la chimenea para evitar incendios domésticos), e, incluso, senyal del lladre (quien queda por la calle es eso, un ladrón, aunque ahora debería ser señal del sinhogar). Pero, nuestros gobernantes han optado, como siempre, por el eufemismo: restricción de la movilidad nocturna. Pues miren, no, ustedes han pedido al Gobierno de España que decrete el estado de alarma y el toque de queda. Que es bien autoritario, y bajo vigilancia policial. Un toque de queda entre las diez de la noche y las seis de la mañana, aplicado con mano de hierro, en el que ni siquiera se permite que los entrenamientos deportivos se mantengan y durante la cual, si queremos pasear al perro, nos dijo Protecció Civil que nos esperamos a las 4 de la mañana. Un toque de queda que llega tras el cierre de bares y restaurantes, a quienes dijeron que sería por 15 días, lo que no se cree nadie, y previa voluntad de obligar —siempre obligar— a hacer teletrabajo. Incluso llegan a decir que dentro de cada domicilio —¡en las casas particulares!— no haya más de seis personas. No se atrevió ni José Luis Corcuera, oiga. Y, mientras tanto, tirando globos sonda, supongo que para ir preparando a la inmadura población, hablando de confinamientos de fin de semana, de 15 días o cierres perimetrales. Olé, tú.

El problema de todo esto es que acaban transmitiendo la idea de que las democracias, la libertad, no sirven para momentos de crisis

¿Hace falta ahora todo esto? Supongo. El problema es que entre la marcialidad y la esperanza de una vacuna que nos libere de esta puta vida en la que incluso tenemos nostalgia de la oficina, hay un vacío. Nuestras autoridades políticas saben mucho de obligar y de regañar a los ciudadanos. Que si los jóvenes hacen botellón, que si la gente va al bar, que si se marcha de fin de semana. Incluso han criminalizado ir a los parques naturales. Pero después de pasarse meses pidiendo a Pedro Sánchez la gestión de la pandemia, ¿ustedes que han hecho? ¿Qué ha hecho la administración, además de reñir y obligar? Cuando, después del sacrificio ciudadano, la pandemia estaba controlada, ¿qué han hecho? Y ya no les hablo del ministro de Sanidad —¡el ministro de Sanidad!— en una cena de gala de la élite madrileña mientras aquí todos mirábamos Netflix encerraditos.

El problema de todo esto —problema no exclusivo de Catalunya ni de España— es que acaban transmitiendo la idea de que las democracias, la libertad, no sirven para momentos de crisis. Ah, el gran ejemplo es China, dictadura campeona del mundo en erradicar la Covid. Y luego pasa que en todo el mundo surgen terraplanistas, negacionistas, miguelboseistas y, lo que es peor, donaldtrumps que consiguen predicamento porque ni los políticos saben gobernar ni la administración funciona. Si esto fuera fútbol, ​​ficharíamos a Jacinda Adern. Pero seguro que le gusta más el rugby. Y no tenemos ni presidente. Ni en el Govern, ni en el Barça.