La asociación de ideas es rara. Me vienen en los momentos de vigilia previos o posteriores al sueño, ahora que el ritmo circadiano funciona mejor porque se puede trabajar sin el estrés del día a día. El caso es que me duermo todos los días con La compètencia, uno de los mejores programas de radio de la historia, que no ha perdido nivel en 13 temporadas y que está a la altura de aquel El terrat de Andreu Buenafuente en Ràdio Barcelona, puesto en marcha meses antes en Ràdio Reus, y convertido 30 años más tarde en una productora de contenidos. No hablaré de Andreu ni de quién fue la genialidad hacer aparecer a su hija Joana haciendo de niña de la niña de Shrek en su último Late motiv, porque trabajo en El Terrat, donde no he notado que haya que hacerle especialmente la pelota a nadie y menos a Xen Subirats. Pero el caso es que escuchaba La competència y, como en Navidad hacen un especial 50 años, hablaban de la decisión de PepsiCo de instalar su hub digital mundial en Barcelona. Aparte del cachondeo de Jep Cabestany, descubrí (porque no lo sabía, claro) que la empresa hace el gazpacho Alvalle, del que soy gran aficionado ahora que mi madre, que no era andaluza, sino del barrio de Sant Pere de Terrassa, pero cocinaba como los ángeles, ya no puede hacerlo. Y recordé el nombre de Ramon Laguarta, del que me habló por primera vez el amigo Xavi Coral. Ramon Laguarta es un señor catalán que preside el consejo de administración y es, a la vez, el CEO de PepsiCo. Una empresa que factura 60.000 millones de euros al año y está valorada en 200.000 millones de dólares. Su vicepresidenta y directora de estrategia y transformación, Atina Kanioura (sí, es griega), dice que vieron que en Barcelona existe un gran ecosistema digital, muchas start-ups, muchas multinacionales, instituciones académicas y universidades. Seguro. Y un director ejecutivo catalán también.

Las personas son importantes y los personalismos también

Los artículos se escriben en unas horas, pero los llevas dentro durante unos días. Yo dentro llevaba las ganas de escribir sobre Pau Riba, que me ha parecido siempre un artista fascinante y un músico y escritor demasiado poco reconocido. Hasta ahora. Ya me parece bien. Pau es heredero de un hilo rojo literario que va de su abuelo Carles, su abuela Clementina Arderiu y su abuelo materno Pau Romeva, que se exiliaron para salvar las palabras de un fascismo demasiado persistente. Como escribió Albert Om, Pau forma parte del Club del Creador Excéntrico, un galáctico indispensable con un genio artístico eclipsado por una manera de hacer que el mundo pequeñoburgués del que viene ha considerado demasiado extravagante. También quería escribir sobre el major Josep Lluís Trapero y de cómo nos han hecho creer que la política no ha tenido que ver con su cese (y de cómo enemigos íntimos y ocultos tienen intereses coincidentes) y de esa manía de la gente mediocre de decir que es necesario huir de los personalismos. Pues miren, no, las personas son importantes y los personalismos también. Lo es para la economía catalana que Ramon Laguarta sea el CEO de PepsiCo: 70 millones de euros de inversión en Cornellà y 400 puestos de trabajo calificados. Es importante tener personas con talento, anónimas y conocidas, que hacen mejor un país en muchos ámbitos.

Como la ómicron y la infoxicación nos hacen caer en el sesgo de la negatividad, aquel que nos hace ver sólo la cereza podrida entre las muy rojas, porque la madre naturaleza nos enseñó a detectar el peligro, he pensado que está bien subrayar las cerezas rojas del bol. Y en este artículo se citan unas cuantas para aplazar sine die nuestra depresión colectiva. Ah, y para no tener que hablar sobre a quién se le ocurrió poner al president Pere Aragonès a hacer un discurso de Fin de Año (o de San Esteban o de lo que sea) en un cole, delante de un libro de Tintín y los Contes de bona nit per a nenes rebels.