Desde hoy llevar mascarilla es obligatorio en Catalunya en cualquier espacio público, que quiere decir si sales de casa, y bajo amenaza de 100 euros de multa. Cojonudo. Nada que decir. Ya no tengo ganas de discutir. ¿Que hasta ahora nos habían dicho que era de sentido común que sin nadie alrededor no había peligro? Da igual. ¿Que el jefe de enfermedades infecciosas del Vall d'Hebron, Benito Almirante, dice que es una decisión política y no científica? Muy bien. ¿Que es una cortina de humo para tapar la mala gestión del brote del Segrià? Perfecto. ¿Que es una medida para evitar el relajamiento y que todos estábamos hartos de ver gente con la mascarilla en el codo? Ningún problema. ¿Que la decisión se toma porque se ve que ahora sabemos que el virus se transmite por el aire? Adelante. ¿Que nadie ha dado una explicación convincente? Ya no tengo nada que decir. Unos que encuentren la vacuna y los otros que convoquen elecciones. Yo me hago mía la frase del único jefe en el que creo. Como le ha dicho el trovador de Nueva Jersey a Donald Trump, "put on a fucking mask". Es palabra de Dios.

Lo importante es que nos pongamos algo en la cara y nos callemos la boca. Quizás el silencio nos iría bien. Pero haremos un último esfuerzo por ser críticos, con el gobierno que sea y por muy imprevisible que sea el virus

Ahora, no crean que con la decisión del epidemiólogo en jefe Quim Torra y la consellera de Salut efectiva Alba Vergés hemos llegado al final del camino, eh. Ayer todavía nos decían que para hacer deporte no es necesaria la mascarilla. Pero pronto nos dirán que también es obligatoria para correr por la calle y para pasear solo en medio de un bosque. Incluso nos darán instrucciones diciendo cuántas veces nos la podemos dejar en la barbilla para sorber horchata o cerveza o cuántos bocados podemos dar a un croissant o a un bocadillo de jamón antes de volver a taparnos la cara y la nariz. Este verano acabará triunfando el moreno mascarilla porque será obligatorio su uso en la playa, incluso durante el baño. Y falta poco para que nos digan que la mascarilla es también obligatoria dentro de casa y que la policía puede llamar a la puerta en cualquier momento y hacer recuento de familiares y mascarillas, como las pelis de prisiones. Ah, y obviamente, el sexo deberá ser con mascarilla, lo que criminalizará, supongo que bajo multa de 100 euros, el sexo oral.

¿Exagero? No lo creo. Es la evolución lógica. Al inicio de la pandemia nos decían que la mascarilla no servía para nada. Que sólo la tenían que llevar los sanitarios. Que daba una falsa sensación de seguridad. Es igual si era porque no había. La solución no era la mascarilla, era quedarse en casa encerrados. Después estuvimos discutiendo sobre los tipos de mascarilla. Que si la efe no sé qué, que si la efe no sé cuantos. Era la época de si los guantes arriba y los guantes abajo (por cierto, yo creo que el súper guardan la grabación de todos nosotros intentando abrir una bolsa de plástico con los guantes puestos, para hacernos chantaje un día de estos). Por suerte, la historia de los guantes terminó. Pero la de la mascarilla, no. De no servir para nada, se ha convertido en obligatoria aunque estés solo en el mundo. Ah, y da igual si ahora resulta que, en realidad, no hay una mascarilla sanitaria, sino que sirven las hechas de cualquier trozo de ropa, sean con la banderita española, la estelada, un diseño de colorines o el logo de la empresa. Es un negocio emergente. Bueno, y también da igual si ahora resulta que las de ropa no sirven para nada. Lo importante es que nos pongamos algo en la cara y nos callemos la boca. Quizás el silencio nos iría bien. Pero haremos un último esfuerzo por ser críticos, con el gobierno que sea y por muy imprevisible que sea el virus.