En el último partido de la primera vuelta de la temporada 2002-2003, el 26 de enero de 2003, el Barça de Van Gaal perdió en Vigo y al llegar al aeropuerto de El Prat, un grupo de socios estuvo a punto de agredir a Joan Gaspart mientras pedía "por caridad humana" que lo dejaran en paz. El gasparismo (2000-2003) significó una de las crisis más graves de la historia del Barça. Antes de aquel episodio, el 15 de diciembre de 2002, el Sevilla había derrotado al Barça en el Camp Nou, lo que significó la pañolada más bestia de la historia del club a un presidente, con aquella imagen de Gaspart solo en el palco, sin querer marcharse, expiando sus errores. Caridad y expiación. Adiós de Gaspart y llegada de Enric Reyna, que si no empeoró a Gaspart, fue porque no se podía empeorar más.

Después de aquello llegó Joan Laporta y la historia del Barça dio un vuelco. La historia del Barça, he escrito. Porque a pesar del drama deportivo y social y las denuncias de corrupción, al club no le cambiaron el nombre. El Barça ha seguido siendo el Barça. El Fútbol Club Barcelona. No pasó a llamarse Juntos por el Barça. O Crida Nacional para el Barça. O el FutCluBar. Ya me dirán ustedes como animarían los seguidores: ¡FutCluBa! ¡FutCluBa!

Y como se han cambiado de nombre, pues ahora todo el mundo quiere ocupar "el espacio de la antigua Convergència"

En fin, recuerdo esto porque no hay que ser un experto en naming para entender lo que Pablo Iglesias ha admitido ahora sobre el cacao mental que tiene cada vez que va a hacer campaña a algún territorio, con el nombre de su formación. Sería más sencillo si todos fueran podemitas. Al igual que le sería más sencillo al votante elegir la papeleta de Convergència en lugar de los tres mil inventos de nombres que se ha ido sacando de la manga para enterrar los pecados de Jordi Pujol, que también se ha dedicado a la expiación, pero en su caso desapareciendo de la vida pública. Este, que no es anecdótico, es uno de los grandes errores de Convergència. Dejar de llamarse Convergència. Al fin y al cabo, todo el mundo habla de la antigua Convergència, los postconvergentes o el espacio de la antigua Convergència. El PNV no ha cambiado nunca de nombre. Ni siquiera después del Plan Ibarretxe. Ni ERC. Ni el PSOE. Y no será que el PSOE no ha pasado por momentos bajos y por vergüenzas políticas.

Y como se han cambiado de nombre, pues ahora todo el mundo quiere ocupar "el espacio de la antigua Convergència". Incluso la antigua Convergència quiere ocupar el espacio de la antigua Convergència. Se avergonzaron de Jordi Pujol y ahora resulta que quieren recuperar lo que, tras la confesión de julio de ahora hará 5 años, se olvidaron de reivindicar. Claro. Pujol inventó la fórmula de la Coca-Cola. O pal de paller. O catch all party. Un gran movimiento que agrupaba desde la socialdemocracia a la democracia cristiana, pasando por los liberales, y desde los independentistas a los unionistas. Pero, claro, Pujol era capaz de ser Bismarck y Bolívar. Y ahora este mundo se lo disputan los que quieren ser Bismarck, los que quieren ser Bolívar y los que quieren ser Bislívar. Y no me hagan decir quién quiere ser qué. Pero se lo disputan desde Marta Pascal y los exconvergentes damnificados por el puigdemontismo –los Campuzano, Xuclà o Recoder y, en un futuro, Santi Vila– que aspiran a ser el PNV (si Puigdemont no deja las riendas del espacio y Artur Mas y otros veteranos no consiguen imponer su voluntad de centrar y ordenar el espacio), pasando por los restos del naufragio de Unió –de Lliures a Units– hasta Manuel Valls y la duda de si estará en la Lliga Democrática. Y, por cierto, todo esto ocurre como consecuencia de eso que llaman procés, pero en el fondo no deja de ser, todavia, la reordenación del mapa del postpujolismo. Esta es la magnitud del personaje.

Sea como sea, no es poco. Ahora, hagan lo que hagan, por favor, aunque el govern de la Generalitat tenga ahora mismo la peor imagen de su historia –está en la etapa Reyna y no hablo de ciclismo– no es necesario que le cambien el nombre, que costó mucho hacer entender por el mundo que Generalitat de Catalunya no era una compañía de seguros.