El pronto recién nacido, pero todavía nonato president Pere Aragonès, y a pesar de todo vicepresident en funciones en funciones de president de toda una Generalitat, se plantó el 1 de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, y dijo que había que poner en marcha las instituciones del país para poder fijar un salario mínimo, una nueva política industrial, afrontar la precariedad de los jóvenes y mejorar las condiciones de todos los trabajadores. Magnífico.

Pero, con el debido respeto. Primero, las instituciones del país, no sé si se han dado cuenta, ya están en marcha. Segundo. Quizá no le gusta su composición, pero, ¿quién se piensa que ya está gobernando en Catalunya? Diría que su partido. Tercero. Me imagino que el Honorable y futuro Molt Honorable sabe quién es el conseller de Economia. Él mismo. Y cuarto y último, pero no menos importante. Si quieren que la gente tenga sueldos dignos, que funcionen los diferentes sectores económicos, que los jóvenes salgan de la precariedad y que las condiciones generales de los trabajadores mejoren, lo primero que pueden hacer es dejar trabajar a la gente. Por favor.

Y ya sabemos que no lo hacen por molestar, pero llevan un año sin dejar hacerlo a muchísimos sectores, con una gestión de la pandemia perfectamente descriptible, que se ha basado sólo en los datos epidemiológicos. Que es muy importante. Pero eso no es salud pública, esto es la dictadura de los epidemiólogos. La salud pública son muchas más cosas. Quizás cuando Aragonès dice que hay que poner en marcha las instituciones lo dice porque en Catalunya ha gobernado un ente opaco de nombre Procicat, como antes gobernó un estado mayor. Y, claro, tendría que volver a gobernar el Govern, por favor. El Aragonès que ahora está tan preocupado, sólo ha salido ahora a dar buenas noticias sobre vacunación y el final del toque del queda.

Duele en el alma como la izquierda española y catalana han gestionado la pandemia de manera autoritaria, sin confiar en los ciudadanos, dejando la bandera de la libertad en manos equivocadas

Escribo todo esto porque se ve que las elecciones de Madrid consistían en detener el fascismo. Y no, las elecciones de Madrid eran un plebiscito sobre la forma en que Isabel Díaz Ayuso ha gestionado la pandemia. El liberalismo costumbrista, la promesa de bajar impuestos, pero, sobre todo, vivir más que sobrevivir. Estarán de acuerdo o no, pero sobran analistas para interpretar lo que piensa la gente de Madrid, y no sólo los cayetanos del barrio de Salamanca. Lo pueden llamar libertad, pero, en realidad, lo que ha pasado es que la gente lo que quiere es que la dejen en paz. Y en este caso, en paz no es la caricatura de hacer una caña, es que la dejen trabajar. Luego ya discutiremos si te han de crujir a impuestos o bajarlos y la calidad de los servicios públicos, obviamente mejorable en Madrid, y de ahí el buen resultado de una candidata seria y progresista como la doctora Mónica García.

En cambio, duele en el alma como la izquierda española y catalana han gestionado la pandemia de manera autoritaria, sin confiar en los ciudadanos, dejando la bandera de la libertad en manos equivocadas. O no. Pedro Sánchez hacía discursos pensando que la gente es idiota y en Catalunya hemos tenido que aguantar una gincana patética de ahora abro, ahora cierro, ahora desayuno, ahora almuerzo, ahora el municipio, ahora la comarca y con improvisación final incluida. Dejen en paz a la gente. Hay una unanimidad preocupante en todo el eje nacional y social sobre el hecho de que este ha sido el peor gobierno de la historia, durante y antes de la pandemia.

La gestión sanitaria, que no nos líen, no es científica, es política. Tiene ideología. Y por ideología, es sólo un ejemplo, han arruinado las pistas de esquí, porque hace pijo, cuando tenían soluciones para evitarlo. Y he escrito que la pandemia la ha gestionado la izquierda catalana, porque Junts per Catalunya no sé qué es, ni qué ha hecho. No sé si es el Jordi Sànchez próximo a ICV o es el liberal Ramon Tremosa. Pero, si Junts son los herederos de los votantes del espacio convergente, si no es para hacer la independencia, que no la harán —no nos tomen por imbéciles—, no veo por qué tienen que pactar el agua y el aceite. No se ponen de acuerdo a la hora de gobernar y regalan la oposición. Se llama pacto contra natura.