La madrugada del lunes llegó a la playa de Migjorn de Formentera, entre el Kiosko 62 y Sa Platgeta, una pequeña embarcación. Nada extraño en pleno mes de agosto. Pero no era la tripulación de ningún yate yendo a buscar la comida a uno de estos restaurantes a pie de arena blanca y agua caribeña. Llegaba desde Argelia con seis personas que huían de la miseria. La Guardia Civil ya los ha detenido. Dos eran menores de edad. Primero encontraron la patera y luego, distribuidos por la isla, a cuatro inmigrantes. Los otros dos habían conseguido cruzar hasta Eivissa. El caso es que el lunes a las diez y media de la mañana, los turistas vieron como la Guardia Civil llegaba por tierra al lugar donde había una lancha azul, de cuatro metros y medio de eslora y un motor Yamaha de 60 caballos. Dentro había, abandonados, bidones de gasolina, agua y algún tipo de documentación que apuntaba a que la embarcación venía del norte de África, probablemente de Argelia. El viento del sur y unas condiciones climatológicas impecables para navegar permitieron que la lancha llegara la isla. De hecho, Argel está a 250 kilómetros en línea recta de Formentera.

El episodio de la patera es otro puñetazo que recuerda la realidad del mundo a los que todavía creen poder aislarse en supuestos paraísos hippies 

Ahora, estos Ulises modernos, acabarán en un Centro de Internamiento de Extranjeros y los repatriarán. Los menores quedarán en el Centro de Menores Pare Morey, en Sa Coma. No es la primera vez que llega una patera a las Pitiüses. Suelen salir de la ciudad de Dellys y buscan la playa de Es Caló d'en Serra, en Eivissa. En diciembre pasado llegaron a la mayor de las Pitiüses unos 50 argelianos, 18 de los cuales, por falta de espacio en los CIE, recibieron el permiso para embarcar hacia la península. Su destino final no son unas vacaciones. Su destino final es la vieja metrópoli: Francia.

Esta semana, un helicóptero de la Guardia Civil se ha paseado por la playa de Migjorn. No desplegará ninguna pancarta, ni tirará ningún balón de Nivea al mar. Debe sospechar que pueden llegar más pateras. O, simplemente, saca pecho. De todo este episodio no hay una foto icónica como la de los marroquíes subidos a la valla de Melilla mientras dos ciudadanos juegan en el campo de golf construido al lado. Pero queda, una vez más, el contraste con miles de personas que llenan una isla saturada, el lugar con el metro cuadrado más caro de España, donde los trabajadores del sector servicio duermen en condiciones lamentables porque aquí cada habitación es un tesoro, pero deben hacer buena cara para que el escenario quede dispuesto para los que tienen la ilusión de unas vacaciones perfectas para colgar en Instagram. El episodio de la patera es otro puñetazo que recuerda la realidad del mundo a los que todavía creen poder aislarse en supuestos paraísos hippies donde ahora ya se paga la zona azul, donde incluso las bicicletas tienen su propio carril bici y donde es imposible vivir sin una tarjeta Visa.