Ni "pandemia" ni "coronavirus" ni "vacuna". La palabra del año según la RAE es "confinamiento". Estoy de acuerdo. Este habrá sido el año del confinamiento. Confinamiento significa aislamiento temporal y generalmente impuesto de una población, una persona o un grupo por razones de salud o de seguridad”. Esta es la definición. Pero, en realidad, significa el fracaso del Estado. Del ejecutivo español, del gobierno de la Generalitat –que también es Estado– y de la administración en su conjunto.

El confinamiento en España llegó tarde y mal y se convirtió en una salvajada impuesta por el Gobierno, con el gobierno catalán y los partidos que le dan apoyo animando como hooligans, no lo olvidemos. Nada que decir como medida inicial de choque. Pero ahora entendemos mejor por qué tardaron tanto en aplicar un estado de alarma inteligente desde el punto de vista de la salud pública –que no es sólo la Covid–, más quirúrgico con el territorio y la economía y más respetuoso con los derechos y las libertades. Ahora entendemos mejor por qué optaron por ser un espejo de la peor tradición española: autoritarismo, centralismo, burocracia, menosprecio a la educación y al deporte y militares en la tele. Ahora entendemos mejor el porqué de todo eso. Porque no fueron previsores, porque no tenían test, ni mascarillas, ni equipos de protección y porque habían debilitado el sistema de salud. Y entonces es mejor desviar la atención con un estado de alarma, un enemigo invisible, una guerra y mucha propaganda. Y dar miedo, con arresto domiciliario bajo amenaza de la ley mordaza.

Hacer frente a la pandemia con métodos medievales es un fracaso. Cada restricción de derechos y libertades, llámese confinamiento, llámese toque de queda, llámese cerrar sectores económicos, esconde el verdadero drama, allí donde deberíamos de mirar, que es la insuficiencia de camas y personal. Los ciudadanos tienen que ser –tenemos que ser– responsables. Y las empresas con el teletrabajo, por ejemplo. Pero la administración no puede desviar la atención hacia los administrados, señalándolos como culpables. Y si aquí no funciona la confianza mutua entre administración y administrados, quizás también es culpa de los administrados, pero principalmente lo es de quien hace una gestión errática. Este es el incentivo de la democracia. Votos a cambio de una buena gestión.

Es mejor desviar la atención con un estado de alarma, un enemigo invisible, una guerra y mucha propaganda. Y dar miedo, con arresto domiciliario bajo amenaza de la ley mordaza

El caso es que el confinamiento general lo hicieron durar hasta que la economía lo permitió. Y abrieron para evitar la ruina. Porque hemos visto la práctica inexistencia de las ayudas económicas, directas o indirectas, en sectores especialmente castigados. Y se tiene que ver si el dinero de Europa, cuando llegue, llega a quien toca. Ahora lo entendemos mejor todo porque hemos visto que la administración, la burocracia, ha sido un fracaso. El retraso de los ERTE, las ayudas a los autónomos, el colapso del Registro Civil. Ahora lo entendemos mejor porque hemos visto el nivel de nuestros gobernantes. El drama de las residencias, la ineficiencia de los rastreadores. La gestión de la pandemia ha sido catastrófica. En salud y economía. Que los partidos quieran ganar las elecciones y pugnen por el poder, no me sorprende, es parte de su razón de ser. Lo que me sorprende es que se quiera –o se pueda– sacar rédito electoral de una gestión tan nefasta. Veremos cómo funcionan los incentivos. Los del sector privado, con la vacuna al frente, han funcionado.