Pablo Iglesias se ha cortado la coleta (y el moño). Y ha sido la noticia de la jornada (el reencuentro de ERC y Junts per Catalunya me temo que es inevitable). Y la noticia no es tanto que Pablo Iglesias se haya cortado el pelo, como el odio que despertaba la coleta (y el moño) que llevaba. Y era odiado, simplemente, porque era una enmienda a la totalidad de la masculinidad establecida. Que quiere decir del poder mismo. El hombre blanco ha tenido el poder del mundo (y de la política española, claro), escenificando este poder vistiéndose de una determinada manera, valiéndose de la corrupción y del monopolio de la fuerza e, incluso, negando la empatía. El hombre por defecto, según definición de Jason Perry, que en España ha tenido muchas cosas por defecto, empezando por una visión de España que es tan por defecto como llevar traje y corbata (o el traje pantalón aceptable en el caso de las mujeres, véase Angela Merkel o Hillary Clinton) y el cabello corto.

El hombre blanco de clase media que ha dominado el mundo con la estética de la seriedad, aquel vestido gris de ejecutivo occidental recomendado incluso para ir a los juicios. El hábito del poder, disfrazado de normal. Y cuanto más poder, más vestido corbata. Y claro, vinieron las camisetas de David Fernàndez y Anna Gabriel, las rastas de Alberto Rodríguez y la coleta de Pablo Iglesias. Y aquello fue una declaración de guerra al hombre blanco que tenía (y tiene) el poder. Y el hombre blanco se asustó. Y la política, la economía y los medios de comunicación (que son un todo) se conjuraron para destruir al hombre que se atrevió a sentarse en el Consejo de Ministros con un moño.

El hombre blanco ha tenido el poder del mundo, escenificando este poder vistiéndose de una determinada manera, valiéndose de la corrupción y del monopolio de la fuerza e, incluso, negando la empatía

El hombre blanco por defecto, el hombre del régimen del 78 (y del anterior) no quería (no quiere) perder la hegemonía. Y el éxito de Vox (y antes de Donald Trump, que es el original) se explica por la reticencia del hombre por defecto (y la mujer a la que ya le está bien) a perder esta hegemonía. Trump triunfó entre los obreros del cinturón del óxido así como Santiago Abascal defiende la caza y los toros. Porque reconfigurar el rol masculino para ir a una sociedad más igualitaria entre hombres y mujeres, por ejemplo, les da pánico. Tienen nostalgia del hombre. Casi diría que nostalgia del macho ibérico. Un señor con coleta, ¡dónde va a parar!

Pedro Vallín publicó en La Vanguardia la foto de Pablo, leyendo su libro (el de Vallín) Me cago en Godard. Un ensayo que, justamente, dice que el cine europeo tiene un sesgo burgués. De hombre por defecto, por lo tanto. Explica Vallín que Iglesias hacía tiempo que se quería cortar el pelo. Por comodidad. Porque no es la coleta (o el moño), es la melena que se esconde detrás. Pero no podía. Porque en el teatro de la política (y del poder) él representaba un papel. Y los suyos de Podemos no le dejaban. Así que se hizo un moño. Y hasta que no se ha liberado de este papel, no se ha cortado el pelo. Como Sansón, pero sin que lo haya traicionado Dalila (esto del machismo debe venir de lejos). Como los toreros que tanto gustan a Abascal. Un corte a lo garçon que en el caso de las mujeres ya no sé si es revolucionario, pero en el suyo, es trending topic. Y todo porque se quería quedar descansado.