Miguel Ángel Sánchez Muñoz, Míchel, nacido en Vallecas en 1975, fichó como entrenador del Girona en julio de 2021. Hace cuatro días. Y ayer se atrevió por primera vez a hablar catalán en una rueda de prensa. La cuenta de Twitter del Girona pió: “Poco a poco, míster”, acompañado del emoticono del aplauso. Míchel es de Puente de Vallecas, de donde es todo el mundo que vive allí, haya nacido donde haya nacido, como la familia del periodista Quique Peinado. Su padre ya nació en Vallecas, pero el abuelo llegó desde Castilla-La Mancha, y la madre desde Castilla y León. Los padres se conocieron en una peña del Rayo Vallecano, como explica el periodista en el podcast Hooligans Ilustrados. Y aunque la afición del Rayo Vallecano evita los personalismos, Míchel es el máximo goleador de la historia del equipo, incluida la Copa de la UEFA, en la que eliminaron al Girondins de Burdeos, entonces líder de la liga francesa .

En el Rayo hay otros nombres que sobresalen, como Wilfred Willy, el portero negro que también hacía de repartidor porque cobraba una miseria, fallecido a los 48 años, a quien todo el mundo recuerda por los gritos del Bernabéu "negro, cabrón, recoge el algodón", que le hicieron aún más querido en Vallecas. O Raúl Tamudo, por cierto, que también es un mito allí, porque salvó al equipo del descenso en la temporada 2011-2012. Pero Míchel es el gran mito, porque vivía a cinco minutos del estadio, situado en la calle Payaso Fofó, donde todavía está la casa de su padre y aprendió a jugar en las calles del barrio. De hecho, pasaba las vacaciones en la calle mientras sus padres trabajaban en la frutería familiar. Ya cuando Míchel hizo el pregón de las fiestas de Vallecas dijo que no podía desligarse de los valores del Rayo y del barrio: clase trabajadora, feminismo, humildad, solidaridad, rebeldía, inmigración. Porque, pese a la propiedad, el Rayo, como Vallecas, es de izquierdas e integrador.

En un momento en que el catalán es instrumentalizado políticamente una vez más como herramienta de desgaste del adversario, en un momento de alerta por el descenso del uso social del catalán, el gesto de Míchel debe ser, efectivamente, motivo del emoticono del aplauso

Y, justamente por eso, no es raro que Míchel haya ido a Girona y aprenda catalán. De hecho, desde su llegada pidió que le hicieran las preguntas en catalán. Y en una entrevista en RAC1 dijo que no entiende el alboroto con su actitud. “No lo entiendo. Lo hago por cultura y por educación. Juro por Dios que no quiero ningún tipo de protagonismo. Quiero aprender catalán porque si no, no podré mantener un diálogo natural. Sé que aquí la gente hace todo lo posible para que la entienda y yo, como muestra de respeto, debo hacer lo que pueda para entenderla. Aprender catalán es pura lógica, si vas al Reino Unido, quieres aprender inglés”. Palabras que suenan a música celestial en un momento en que debemos pedir casi perdón por hablar nuestra lengua y por otras muchas cosas que los países normales tienen de serie. En un momento en que el catalán es instrumentalizado políticamente una vez más como herramienta de desgaste del adversario, en un momento en el que nos toman el pelo con la historia de las cuotas de las plataformas, en un momento de alerta por el descenso del uso social del catalán, el gesto de Míchel debe ser, efectivamente, motivo del emoticono del aplauso, pero también del de la emoción, que no sé exactamente cuál es.

Y una última cosa. Al igual que el Rayo tiene unos valores, tampoco es ninguna anécdota que un club como Europa se declare contrario al racismo, al fascismo, al machismo, a la homofobia y al bullying. Son gestos que hacen la vida más amable. Y si es verdad que el filósofo chino Lao-Tse dijo “un viaje de mil millas comienza con un primer paso”, es de una obviedad profunda como la que predicaba Johan Cruyff, que tenía razón, ya sea el caso del Europa o el de Míchel.