Xavi Hernández llegó y, en vez de prometer buen juego, garantizó orden y disciplina. Algo así como hizo Pep Guardiola, quien en su presentación no prometió títulos. Dijo lo de “persistiremos”. Como después recitó el mantra de levantarnos temprano. No es casualidad. Ambos vienen del mismo mundo. Ahora iremos a ello. De entrada, Gerard Piqué no irá a El Hormiguero a media semana. El control de las actividades extradeportivas para que no interfieran en el rendimiento de unos jugadores que cobran una millonada es uno de los puntos del decálogo impuesto por Xavi. Decálogo que incluye llegar hora y media antes al entrenamiento (dos horas los entrenadores), desayuno y almuerzo en la ciudad deportiva, multas por faltas leves y graves (y progresivas), tener la vida de Cenicienta dos días antes del partido, nada de deportes de riesgo y buena imagen. Que no significa gastar una pasta en ropa de marca, sino en ser amables con los aficionados. Ah, y meritocracia. Sobre todo meritocracia. Se juega como se entrena. Y si alguien hace el vago, no juega. Esta disciplina le dio buen rendimiento a Pep Guardiola y a Luis Enrique y se la dará a Xavi. De las crisis no se sale con soluciones mágicas o pagando una morterada (que el Barça ya no tiene) por un crack. Se sale adelante, como dice el mito, levantando la persiana al día siguiente de la derrota. Al día siguiente del 11 de septiembre de 1714.

El Barça, como Catalunya, está desorientado. Ha sufrido derrotas. Y la solución vuelve a ser rebuscar en un pasado que puede sonar conservador y del que se ha hecho la sátira del botiguer. Pero que es lo mejor que ha sabido hacer ese país desde hace 300 años: trabajar

He recuperado un texto de Vicenç Villatoro en el libro Quan no perdíem mai, una recopilación de relatos sobre el Barça. Villatoro defiende que Xavi es un exponente de la mesocracia tarrasense. De las clases medias. De una ciudad de clases medias, como lo es Catalunya. De unas clases medias carentes de la épica de las biografías de las personas de clases más humildes hechas a sí mismas, de la que encontraremos ejemplos en el propio equipo, o del glamour de la alta burguesía, de la que todo el mundo tendrá un ejemplo en la cabeza. Me gusta mucho, porque reconozco un mundo, el fragmento en que Villatoro escribe “en aquella Terrassa nuestra a partir de los sesenta, esa mesocracia a la que pertenecíamos, ese centro del campo en el que jugábamos, tenía unas fronteras definidas aunque fluctuando en ambos lados. Incluso unas fronteras geográficas: nuestros barrios eran una especie de segunda corona del centro, todo el barrio de Sant Pere, hasta la calle Ample y el Mercat, el Pla de l'Ametllera, la zona de Ca n'Aurell alrededor de la plaza del Progrés y hasta la Sagrada Família, el primer barrio de Can Palet”. Y de ahí es Xavi Hernández. Nieto de quienes educaron a los hijos con la instrucción de huir del resentimiento y de la prepotencia. Y en unos valores. Principalmente lo que veían en casa. El del trabajo. Pero no el trabajo como condena. Sino en el gusto por el trabajo. "La constatación de que para ir bien se debe trabajar: San Pancraç, doneu-nos salut i feina".

El fútbol siempre ha sido el mejor espejo de la sociedad. El Barça, como Catalunya, está desorientado. Ha sufrido derrotas. Y la solución vuelve a ser rebuscar en un pasado que puede sonar conservador y del que se ha hecho la sátira del botiguer. Pero que es lo mejor que ha sabido hacer ese país desde hace 300 años: trabajar. Son estos los jugadores más aplaudidos en el estadio. Los que corren a buscar un balón al que todo el mundo sabe que no van a llegar. El tiki-taka no es la base. El tiki-taka es la consecuencia de trabajo, estudio, orden y disciplina. El tópico diría que después del la rauxa toca el seny. Orden y disciplina, dice Xavi. El orden como valor refugio. ¿Quiere esto decir renunciar a la combinación que nos indicó Mishima, la del orden y la aventura? No, porque cuando el Barça ha ido bien, cuando ha llegado a la cima del mundo, ha sido cuando a este punto calvinista ha sabido añadir el genio, la fuerza, la picaresca, la valentía, la alegría y el entusiasmo venido, por cierto, de todas partes. Pero los cimientos son los cimientos.