Las películas de superhéroes son películas con una gran carga política. Y generan debate. Hace décadas que hablamos sobre si tal superhéroe es de derechas o de izquierdas. El último ha sido el director Ken Loach, que ha dicho que "los superhéroes son un concepto muy de derechas". Pero el también director de cine Todd Phillips ha abierto un nuevo frente. Y ignoro si se imaginaba que tendría tanta actualidad, a pesar de situar la acción en el 1981. Pero, claro, seguro que incluso el año en que sitúa los hechos está buscado. Efectivamente, Ronald Reagan y Margaret Thatcher formaban una alianza personal y política que revitalizó el conservadurismo en el mundo. Ya lo saben. La dama de hierro, cuyo mejor éxito fue Tony Blair; como el gran éxito de José María Aznar es Pedro Sánchez.

El caso es que Phillips firma la película Joker, la actuación magna de Joaquin Phoenix, donde borda el papel del hombre víctima del sistema. Como ha escrito Manu Yáñez en su crítica de Fotogramas, la escena en que Arthur (Phoenix) entra en el cine en que se proyecta Tiempos modernos de Charles Chaplin es una historia sintetizada del siglo XX. De la gran depresión de la Revolución Industrial a la gran depresión de los perdedores de la globalización. Todo pasado por la amoralidad del universo televisivo, con un Robert de Niro en el papel de presentador de televisión, que Silvio Berlusconi irradió a Europa.

La respuesta del futuro Joker a la falta de aprecio y reconocimiento y al desmantelamiento del estado del bienestar es la sublevación. Una revuelta personal que deriva en las protestas de un mundo sediento de revolución. Lo vemos en Hong Kong, lo vemos en Chile, en el Líbano y en los ciudadanos de la Europa del Este que 30 años después de la caída del muro, muerto el miedo al comunismo que facilitó la expansión de la socialdemocracia, ven amenazadas sus libertades, según una encuesta de la Open Society Foundation, la internacional de George Soros que hace de contrapeso de Steve Bannon, menos fracasado de lo que parece, y si no atención a lo que pasará el domingo en España.

Ya no son los partidos los que lideran, al menos oficialmente. No hay líderes visibles. Los líderes visibles terminan en prisión o en el exilio. Ahora los líderes se esconden detrás de unas máscaras

Pero en este retrato de Joker falta un elemento. Sí, aparece el poder de la televisión que tanto subliman cada mañana Ana Rosa y Susanna. Pero falta la red. La nueva tecnología que tiene dos caras. La que se ha cargado modelos de negocio y puestos de trabajo. Y la misma que ha hecho emerger otros negocios y puestos de trabajo. La que ha debilitado la democracia... y la que a la vez puede ser su salvación. La ha debilitado porque el poder lo utiliza para lo que ha hecho siempre: mentir y desinformar. Pero el poder ya no es lo que era y la política y la democracia han entrado en crisis. Y, al mismo tiempo, esta puede ser su salvación, porque puede democratizar la democracia. Puede cuestionar continuamente las instituciones y las leyes y que el uso abusivo del poder no las petrifique y las tire contra los propios ciudadanos.

Y aquí vuelve el Joker. Y sobre todo su máscara. El 14 de octubre el “procés” cambió. Ya no son los partidos los que lideran, al menos oficialmente. No hay líderes visibles. Los líderes visibles terminan en prisión o en el exilio. Ahora los líderes se esconden detrás de unas máscaras. Y la gente los sigue. Como al Joker. Gracias a las nuevas tecnologías. Tsunami, Pícnic y los CDR, con Anonymous como gran referencia. No es un fenómeno nuevo. Hace 15 años del 13-M del pásalo, anónimo, pero atribuido a Alfredo Pérez Rubalcaba. El PSOE, por tanto, conoce bien las consecuencias de un movimiento como el Tsunami.

Los partidos están divididos, pero no el movimiento. El movimiento es colectivo. Y es lo que no entiende el Madrid del poder. El procés ha hecho madurar políticamente a muchos ciudadanos. No lo digo yo. Lo dice el filósofo iraní Ramin Jahanbegloo, que habla del swaraj de Catalunya: hemos pasado de la independencia a un movimiento de de resistencia no violenta contra todas las formas de injusticia, sea social, judicial, policial o política. Hace 30 años, el muro de Berlín comenzó a caer en Lepzig, con 70.000 manifestantes exigiendo libertad y democracia con velas al grito de "nosotros somos el pueblo". La policía no se atrevió a reprimir la marcha. Se habían comenzado a reunir clandestinamente en la iglesia luterana de San Nicolás. Un mes antes eran 200. Pero habían comenzado en 1980 en la protección de una iglesia. Al fin y al cabo, las máscaras y la clandestinidad tampoco las han inventado hoy.