El catedrático de la Universidad de Columbia Xavier Sala-i-Martin siempre cuenta que el mejor ejemplo de un pánico bancario lo encontramos en la película Mary Poppins. La de Julie Andrews, trabajo por el que, por cierto, ganó un Oscar del que no se sentía digna. Lo guardó en el desván, porque se pensaba que se lo habían dado como bienvenida a Hollywood y no por su papel. Bueno, es igual, porque lo que quiero explicar tampoco lo protagoniza la actriz británica. La que nos sirve es la escena en que el señor Banks, interpretado por David Tomlinson, intenta impedir que su hijo Michael (Matthew Garber) se gaste dos peniques que ha ahorrado, comprando comida para los pájaros. El señor Banks obliga al niño a ir al banco a depositar el dinero y allí, el anciano Mr. Dawes (interpretado por el mismo Dick Van Dyke, que hacía de limpiachimeneas) le quita los dos peniques de la mano. El niño reacciona gritando enfadado: "¡Devuélvame el dinero!" y es entonces cuando el resto de clientes interpretan que el banco no tiene fondos y todos corren a retirar sus ahorros. Hay un pánico bancario. El banco se arruina y cierra las puertas.

Pues bien, a mí me parece que lo que ha pasado con las empresas que, como fichas de dominó, se han ido dando de baja del Mobile por un riesgo sanitario inexistente ―según todas las autoridades del ramo― con el coronavirus, es un caso de manual de efecto Mary Poppins. Y un caso claro que las flamantes empresas tecnológicas se comportan de la misma manera que las otras, aunque unos fueran con corbata y los de ahora en patinete y la visera de la gorra al revés. Es más, es la gran metáfora que demuestra que los algoritmos no sólo son incapaces de acertar mis gustos musicales en Spotify, sino que no sabrán nunca qué es el sentido común. O eso, o es que sus directivos han visto Contagio más veces que Mary Poppins. O tal vez lo que pasa es que el MWC ha quedado en medio de la guerra tecnológica y comercial entre China y Estados Unidos. Ya el año pasado el embajador de ciberseguridad de Donald Trump vino a la Feria de Barcelona para reclamar a gobiernos y tecnológicas que cortaran con Huawei.

Las seis primeras semanas del 2020 ya han servido para recordarnos cuáles son los grandes retos que tiene el país por delante. Y demuestran que Catalunya, pero especialmente Barcelona, ​​tiene todos los riesgos de una gran capital del mundo, pero también todo su potencial

Sea como sea, y con el Madrid mediático frotándose las manos, Catalunya, y Barcelona en particular, vuelven a vivir incardinadas en las grandes crisis del siglo XXI. Ya lo vimos con el cambio climático y el Gloria. Lo vemos con el Mobile y el desplazamiento del centro de gravedad económica. Y lo hemos visto ya antes con la crisis de las democracias liberales. El efectos concretos del cambio climático se deben puramente a la situación geográfica de Catalunya, aunque dice mucho de la planificación urbanística, por ejemplo. En el caso de la economía, a pesar del caos de estos días, demuestra que el país está bien situado para el reto de la cuarta revolución industrial. Y aquí la envidia de Madrid. Y en el caso político demuestra, una vez más, que los grandes cambios de fondo que se viven en Europa tienen siempre en la historia un reflejo en España que suele empezar por Catalunya. Las seis primeras semanas del 2020 ya han servido para recordarnos cuáles son los grandes retos que tiene el país por delante. Y no son poca cosa. Y demuestran que Catalunya, pero especialmente Barcelona, ​​tiene todos los riesgos de una gran capital del mundo, pero también todo su potencial.

Esta podría ser la conclusión de este artículo. Pero es otra. ¿Sabéis cómo se salvó el euro en la época de la gran crisis de los pánicos bancarios? Con unas palabras. Mario Draghi, presidente del BCE, dijo aquello de "whatever it takes". Que haría todo lo que fuera necesario para salvar el euro. Quizás John Hoffman, el señor GSMA, tenía que haber salido antes a decir que haría todo lo necesario para que el Mobile se celebrase. ¿No habría servido para nada? Ahora ya no lo sabremos.