Cuando todos veíamos los mismos programas en la tele, los directivos de las cadenas hablaban de la señora de Cuenca como el espectador medio a la hora de pensar contenidos que no molestaran a nadie, especialmente en las series de ficción. Afortunadamente, eso de que alguien decida lo que debes ver (o leer o escuchar), se ha terminado. El mundo se ha hecho más horizontal. Pero, cuidado, esto también tiene sus peligros.

También, afortunadamente, las opciones políticas se han diversificado, principalmente por errores de los grandes partidos. Pero esto también tiene su parte negativa. Han aparecido ofertas que defienden respuestas demasiado sencillas a problemas complejos. Volveremos a ello.

Ahora hemos sabido que en Downing Street hicieron una fiesta en plena prohibición de reuniones sociales. La Comisión Europea ha apoyado la posibilidad de imponer pruebas PCR a las personas que vayan de un país a otra de la Unión, aunque estén vacunadas. Y, en Catalunya, el gobierno ha decidido que los Mossos y las policías locales hagan inspecciones aleatorias en los bares para comprobar que los clientes tienen el pasaporte Covid. No, las restricciones o los recortes de derechos no eran excepcionales. Y cada vez hay mayor malestar. ¿Por qué? Por agotamiento, obviamente. A los ciudadanos (hablo ahora de catalanes y españoles) se les pidió quedarse en casa. Y se quedaron. Se les pidió hacer deporte no más allá de un kilómetro de casa. Y cumplieron. Se les prohibió salir de la comarca. Y no lo hicieron. Se les pidió que llevaran máscara por la calle. Y se pusieron la máscara. Se les aplicó un toque de queda nocturno. Y se quedaron en casa. Y se les instó a vacunarse. Y se vacunaron. Lo han cumplido todo. Y, sin embargo, los líderes políticos del primer mundo, siguen restringiendo. Porque ahora hay una variante muy contagiosa —que no significa necesariamente más peligrosa— que viene de Sudáfrica. Y tienen miedo. A la vez que la comunidad científica alerta de que la pandemia no terminará hasta que no esté vacunada toda la humanidad.

Internet ha permitido una atmósfera de desconfianza hacia las instituciones, en buena parte por culpa de los populistas y un repliegue colectivo al confortable sesgo de confirmación. Ciertamente, ya no somos capaces de tener un imaginario colectivo

Veámoslo, pues. Hay un consenso que dice que los humanos no hubieran llegado a donde hemos llegado si no fuera por la capacidad de cooperar. Ya se nos hubiera comido un león. O un virus. Porque sí, el último gran ejemplo de cooperación ha sido desarrollar unas cuantas vacunas en un tiempo récord. Pero ahora viene el problema. ¿De qué sirve esto si no somos capaces de hacerlas llegar a todo el mundo, pero es que tampoco somos capaces de que se vacune todo el mundo que sí puede?

Empecemos por el primer punto, que es la responsabilidad de los políticos. Más de 5 millones de personas fallecidas después, y un año después del inicio de la vacunación, se han pinchado 8.000 millones de vacunas en el mundo: 149 por cada 100 habitantes en los países ricos. 9 por cada 100 en los pobres. Lo que hace fácil explicar por qué en un mundo tan intercomunicado, a pesar de todo, van llegando nuevas variantes. Covax solo ha distribuido 600 millones de dosis en 144 países, cuando su objetivo era repartir 2.000 y cuando hacen falta 10.000 millones. Y esto ocurre porque los países ricos han acaparado la mayoría de las vacunas, según la OMS. Egoísmo que no sirve para nada, como hemos visto con la llegada de la variante ómicron.

Pero vayamos a la segunda parte. Los países ricos han acaparado la mayoría de vacunas, pero ah, todavía hay demasiada gente que no se quiere vacunar. Y esto ya no es culpa de los líderes. Bien, de algunos sí. El columnista de New York Times Farhad Manjoo aporta una explicación: Internet ha permitido una atmósfera de desconfianza hacia las instituciones en buena parte por culpa de los populistas y un repliegue colectivo al confortable sesgo de confirmación. Ciertamente, ya no somos capaces de tener un imaginario colectivo. La ausencia de la señora de Cuenca más la aparición de los Donald Trump de turno ha sido letal. El mundo de Netflix tiene muchas ventajas pero también inconvenientes.

Que la única solución, como en toda la historia de la humanidad, es la cooperación, quizás lo veamos cuando un virus más letal surgido de cualquier rincón del mundo nos haga caer como moscas y cuando el clima extremo inunde nuestra casa. Porque, sí, esa misma ausencia de cooperación por arriba y por abajo ocurre igual con el cambio climático.