"Cuando el poder llama a una persona al estrado para juzgar sus ideas, se arriesga a que el acusado acepte el enfrentamiento, que diga alto y fuerte que no se arrepiente de nada, que aquello de que se le acusa está dispuesto a volver a hacerlo tantas veces como sea necesario. Y entonces, la tarea de la defensa es denunciar la mentira del Estado, desvelar la naturaleza política de la acusación y demostrar que lo que llama justicia no es más que autoritarismo disfrazado (...). Es entonces que el proceso del Estado contra sus enemigos se transforma en un proceso del Estado en sí mismo. Y cuando el poder se da cuenta, entonces, a menudo ya es demasiado tarde. Ya ha perdido". Este texto lo ha escrito el abogado suizo Olivier Peter en el prólogo del libro de Benet Salellas Jo acuso, una guía basada en la obra de Jacques Vergès Estrategia judicial en los procesos políticos. Salellas lo ha estudiado a fondo y lo ha puesto en práctica con anterioridad. Pero fue en la primera sesión del juicio de la Causa general 20907/2017 que, digno heredero de Tià Salellas, el exdiputado de la CUP desplegó toda su capacidad en prime time judicial. A muchos les sorprendió, pero Salellas está perfectamente entrenado. Ahora bien, la victoria de Salellas no llegó en su exposición de las cuestiones previas. Llegó en la segunda sesión del juicio en el blindado palacio de la plaza de la Villa de París, cuando la fiscalía cayó a cuatro patas y fue, por tanto, la acusación la que convirtió en político un juicio que se nos ha repetido ―lo ha hecho el propio Xavier Melero― que es exclusivamente penal. Falso. Que el fiscal Javier Zaragoza diga que es un juicio "en defensa la democracia española" o que el también fiscal Fidel Cadena diga que "la soberanía del pueblo catalán no es posible" es una victoria de la tesis del juicio político. Del yo acuso. No sé si han perdido ―sobre todo con la vista puesta en la segunda parte del juicio en Estrasburgo―, pero, de momento, han caído de cuatro patas.

Que el fiscal Javier Zaragoza diga que es un juicio "en defensa la democracia española" es una victoria de la tesis del juicio político. De momento, han caído de cuatro patas

Madrid son muchos Madrid. De entrada dos. El Madrid ciudadano, excepto cuatro nostálgicos, vive ajeno a lo que pasa en el Supremo. La ciudad sigue con su pulso habitual, siempre acelerado, siempre con el turbo, siempre vital, siempre con un pie en el hedonismo que sirve de válvula de seguridad contra tripartitos de derechas. Es el Madrid a quien el viernes se dirigirá el anuncio de la exhumación definitiva del general Franco. El Madrid del Estado, que se ve a cada paso por cada calle de un imperio donde no se ponía nunca el sol, es otra cosa. El Estado, el menos profundo, vive a caballo de dos microcosmos igual de acelerados. El de la carrera de San Jerónimo, donde se encuentra el Congreso, y el del Tribunal Supremo. Dos mundos entrelazados. Sin juicio, Pedro Sánchez no estaría ahora decidiendo con su gurú Iván Redondo si las elecciones serán el 14 o el 28 de abril, que es lo que en realidad preocupa más estos días a los periodistas y a los políticos de la Villa y Corte. Pero es que sin el juicio, Mariano Rajoy aún sería presidente. Catalunya, este asunto penal, ya ha provocado una repetición electoral y ha derribado a dos presidentes.

Y, espera. Porque si no se resuelve, continuará marcando la política española. El Madrid-Estado debería parecerse más al Madrid-ciudad. El Estado debería parecerse más a España. Quizá ha existido la España de los balcones. Como ha existido la Catalunya de los balcones. Pero el clima social, por mucho que se empeñe la derecha atizando el odio, permite perfectamente encontrar una solución política, que llegará por decantación. Ya es hora de que se juzgue a los políticos catalanes por los hechos de octubre. Pero lo deben hacer los ciudadanos en las urnas. Y en un Estado de excepción, esto es imposible. La única cosa buena del juicio, es que después sólo quedará la política. Y por eso era importante el clima. Por eso era importante un gobierno con más voluntad de paz social y condicionado por la aritmética parlamentaria por catalanes, valencianos y vascos. Una España más parecida al pacto del Botánico. Pero la estrategia de ERC y los posconvergentes no ha funcionado tan bien como la de Salellas. Los que han caído de cuatro patas aquí son ellos. Quizás resulta que en Catalunya hay, ahora mismo, mejores penalistas que políticos. Quizás.