Que los abogados de los presos políticos ―que no políticos presos, porque Jordi Cuixart no es político, a ver si lo entendemos de una vez― se han convertido en estrellas mediáticas es una obviedad. Y una obviedad inevitable. Andreu Van den Eynde, Jordi Pina, Marina Roig, Benet Salellas y compañía se han hecho habituales en los medios de comunicación y, seguramente debido a esta presencia, han sido también víctimas de las críticas. Abogados mediáticos, defensa política y bla, bla, bla. Pero hay un abogado que escapa a esta crítica y que despierta una especie de fascinación en algunos porque "hace una defensa técnica", como si los demás no supieran de derecho penal. "Si yo tuviera un problema, llamaría a Melero", dicen. "Él sí que sabe a quién se enfrenta", dice otra. "Le habla a Marchena", añaden. Claro, como Melero no es independentista ―yo no sé si los demás lo son, más allá de Benet Salellas, que ha sido político―, pues se dice que hace una defensa técnica, porque, ¿cómo si no puede defender a Quim Forn? Como dice que todo lo de la DUI fue un fake, pues hace una defensa técnica. Y es aplaudido y se dice que por fin alguien ha explicado qué pasó en octubre en Catalunya.

Yo quiero una sociedad, española y catalana, en la que discutamos por todo y no sólo por Wiliam Faulkner

Pues mire, no. Primero, porque lo que pasó en Catalunya fue mucho más complejo que decir que no se arrió la bandera española del Palau de la Generalitat. Jurídicamente es así. Políticamente, la explicación es más complicada. Y tiene que ver, por ejemplo, con el riesgo de violencia. Como ya se dijo y ahora se olvida porque vamos a toque de declaración. Pero lo que me interesa hoy no es eso. Lo que quiero destacar es que Melero, amigos, también hace política. Y la hace, por ejemplo, cuando dice, a modo de conclusión, que él sólo espera "una España donde sólo nos discutamos por William Faulkner", citando la película Amanece que no es poco. Pues bien, esto también es política. Porque cuando Don Andreu dice al tribunal que puede ayudar a resolver el conflicto devolviendo el balón a la política, hace política. Pero cuando Melero dice que aspira a una España en que sólo nos discutamos por Wiliam Faulkner como el pueblo de Amanece que no es poco, también hace política. La contraria, concretamente. Porque la España que dibuja José Luis Cuerda es la España de los años ochenta, la España del bipartidismo, la España de las autonomías, la España a las puertas de los juegos del 92 y de la Expo de Sevilla, la España que en 10 años no la conocía ni la madre que la parió. Pero esta España ya no existe. Querer volver a aquella España no puede ser y además es imposible. Porque han pasado muchas cosas desde entonces y no se pueden obviar. Volver a la España posterior a los 40 años de paz sobre el silencio impuesto es imposible. Volver a la España del espejismo de la Transición idílica es imposible.

Pues mire, no. Yo no quiero una España en la que sólo discutamos por William Faulkner. Yo quiero una España en la que discutamos por todo. Y no hace falta decir que también Catalunya debe ser eso. ¿Qué es, si no, una nación? Un plebiscito diario. Un plebiscito diario en las radios, en las teles, en twitter, en el bar, en los parlamentos. Una España donde todo se pueda discutir, incluida su unidad. Una España en la que la protesta no se castigue con el delito de rebelión. Una España donde todo se pueda cuestionar, incluida la monarquía. Yo quiero una sociedad, española y catalana, en la que discutamos por todo y no sólo por Wiliam Faulkner. Porque si sólo discutimos por William Faulkner volveríamos a la sociedad de los sepulcros blanqueados, que por fuera son bonitos y por dentro están llenos de huesos e impurezas y donde se van reduciendo los derechos y las libertades. Así que, mire, no. Melero también hace política. Y bien que hace.