En la época de esplendor y gloria del procés, cuando en cada pueblo de Catalunya, día sí, día también, había charlas sobre la hoja de ruta, el referéndum y la independencia; los políticos y miembros de las entidades soberanistas, se encontraban con un público mayoritariamente entregado a la causa y con muchas preguntas por hacer. Preguntas que no siempre se respondían. Pero, los ciudadanos, que eran la gasolina de todo aquello, se conformaban pensando, porque así se lo decían muchas veces, que no se podía explicar todo. La gente, escribo, ha sido el motor del procés. Es quien empujó a partidos y entidades a ir hasta el final. Ahora se ve más claro. Era, en términos económicos, el incentivo. Porque, en democracia, el incentivo de hacer las cosas que la gente quiere, son los votos, como en la economía tienes que hacer productos que la gente te quiera comprar. O que necesite. Pero eso ya es otra cosa.

El caso es que, después del agosto más aburrido políticamente de la última década, que nos ha hecho volver a la época en que las secciones de política de los medios, habrían podido hacer perfectamente el mes de vacaciones, en septiembre llega la fiesta. Y, incluso este año, vuelve la actividad capilar. No se hacen todas las charlas habidas y por haber del momento álgido del procés, pero todavía se organizan algunas. Y, ahora, la gente que quizás ha cambiado las paradas de la ANC por las del Consell per la República, siguen teniendo muchas preguntas. Pero ahora sí quieren respuestas. Los independentistas están frustrados y enfadados. Y se sienten engañados. Por los suyos. Pero no tiran la toalla, a pesar que ahora todo el mundo les dice que esto ya no va de sonrisas, sino de represión. Que si se quiere la independencia, habrá más represión. Más presos, más exiliados, más perseguidos económicamente. Y mediáticamente. O, como mínimo, que habrá conflicto. Porque, si no hay conflicto, ¿cuál será el incentivo —volvamos a los términos económicos— del Gobierno de turno o del Estado en su conjunto, para negociar y pactar nada?

Y aquí es donde vamos a parar a la mesa de diálogo que impulsa, principalmente, ERC. Y donde sufrirán los republicanos. No sé si electoralmente, pero sí en el debate público. ¿Qué incentivo tiene ahora Pedro Sánchez para ceder algo? ¿Unos presupuestos valen un referéndum? Incluso, ¿un Gobierno vale un referéndum? No lo creo. El indulto habrá sido forzado por Europa, como se dice. Pero el indulto, a quien más beneficia es a Sánchez, porque desinfla el conflicto. Y aquí vamos a parar también a la decisión de aplazar la reforma del delito de sedición y rebelión. A quien más interesaba en el fondo era a Sánchez. Menos conflicto, menos incentivo para el Estado y el Gobierno a ceder algo. ¿Por qué la aplaza, pues, el PSOE? Puede que, de momento, ya tenga suficiente con la desinflamación actual y no quieran perder votos por otro lado. También puede ser que, contactado Puigdemont (porque no me puedo imaginar que se tenga una vía de acceso), se niegue a acogerse a esta solución a cambio de nada. Y, entonces, no hay incentivo para aplicarla. Porque, hablando de incentivos, Puigdemont —y Toni Comín y Clara Ponsatí— son conscientes de que sin conflicto (y el exilio es conflicto, y si no por qué habla el Papa de Roma todavía Catalunya), España no se moverá. De ahí la decepción de Clara Ponsatí con el Consell per la República. Y de ahí que Puigdemont insista en seguir marcando la intensidad del procés.