Quizás el 1 de octubre fue una gran victoria del país que los políticos no supieron gestionar porque unos y otros se miraban de reojo. Quizás cuando aquella noche, o el día 3, podían haber convocado elecciones para buscar superar el 50% de los votos, con el argumento de que los propios observadores consideraban que con todo lo ocurrido no se cumplían los estándares internacionales, no se supo hacer porque unos y otros se miraban de reojo. Quizás no se aprovechó el único momento que la Europa política ha estado del lado de Catalunya. Quizás si se quería declarar la independencia, el momento era el día 3, como decía la propia ley del referéndum, pero no se hizo porque unos y otros se miraban de reojo. Quizás aquellos 27 días de octubre se gestionaron muy mal porque unos y otros se miraban de reojo. Quizá una vez hecha la declaración en el Parlament, no se optó por mantenerla y resistir en el Palau de la Generalitat porque ya nadie se la creía. Quizás si la estrategia era ir al exilio, debía haberse marchado todo el Govern. Quizás si la estrategia era la cárcel, debía haberse quedado todo el Govern. Quizás en Madrid se creyeron más que Catalunya se marchaba que los propios catalanes. Quizás cuando vieron que les habían temblado las piernas, decidieron vengarse y no han parado. Quizás los partidarios de la independencia se cabrearon mucho con sus políticos. Quizás lo están cada vez más. Quizás sólo gobiernan porque los catalanes encuentran que la alternativa es peor. Quizás los contrarios a la independencia se sintieron ofendidos y todavía lo están y están dispuestos a romper consensos. Quizás han emergido los más freaks de cada casa. Quizás la escabechina fue tan bestia que se ha impuesto la mediocridad. Quizás la resaca ha dado paso a la decadencia, producto de la inacción. Quizás sigue habiendo una actividad muy potente en todos los ámbitos que vive enterrada bajo la pandemia, la tristeza y el drama político y acabará emergiendo. Quizás el fracaso y la debilidad de Catalunya permite que sea utilizada como herramienta de desgaste del adversario, sea con la lengua, sea con lo que sea. De hecho, el panorama es desolador, con auténticos descerebrados comparando la inmersión con una ejecución a sangre fría de un disparo en la nuca. Y unos y otros son incapaces de ponerse de acuerdo en cómo hacerle frente, en si se aplica bien, en si es necesario cambiarla y en por qué el catalán no es visto como herramienta de ascensor social, algo que tiene que ver mucho con la economía en un mundo globalizado y con la nueva composición social. Quizás un país aguantó la respiración y sus responsables jugaban a otra cosa y ahora lo paga todo el mundo. Quizás jugaban a ganar las próximas elecciones. Quizá la historia ponga a cada uno en su sitio porque nadie entenderá que quisieran gestionar las migajas. Quizás de la posible plena soberanía, se ha pasado a la más absoluta fragilidad de la lengua, las instituciones y los consensos básicos. Quizás a pesar del paro de la pandemia, el mundo va mucho más rápido y no espera a nadie. Quizás vivimos en la más absoluta depresión política y hemos pasado de un posible estado propio al provincialismo dentro de un estado impropio. Quizás ante el panorama, la gente a la que deberían dirigirse ha desconectado y se ha ido, en sentido literal y figurado, de puente.