Edward Ruscha, uno de los artistas del movimiento pop, fotografió en 1963 una gasolinera de Standard Oil y la publicó en Twentysix Gasoline Stations, donde recogía las gasolineras por las que pasaba su viaje desde Los Ángeles hasta Oklahoma City, donde vivió 15 años. En 1966 hizo una serigrafía en color titulada Standard Station. En 2011 la recuperó. Pero entonces fue una mixografia sin tinta en papel hecho a mano y la tituló Ghost Station. Es decir, el color se había perdido. El optimismo de los Estados Unidos de los años sesenta, cuando la gasolinera era la reina indiscutible de los combustibles, se sustituyó por la sombra fantasmal de la decadencia del sueño americano.

El coche y la gasolinera todavía son imprescindibles para mucha gente, aunque Ada Colau no lo crea. Hay lugares en Catalunya en los que sin coche no vas a ninguna parte. Y sin llegar al nivel de la cultura del coche y la carretera que hay en los Estados Unidos, como todavía hemos visto en la campaña de Joe Biden, Sidonie aún canta a carreteras infinitas y existen gasolineras dignas de mención, como la Q8 de la carretera que une Terrassa con Matadepera, un auténtico parque temático del automóvil, con una tienda donde puedes encontrar, literalmente, lo que quieras, incluida una bodega. Ahora esta tienda que salva las cenas de quienes tienen horario de periodista, cierra de las diez de la noche a las seis de la mañana, por orden de la autoridad competente. Afortunadamente, no se ha convertido en una Ghost Station, pero sí que va en sintonía con la vida sin color que nos ha tocado vivir desde marzo.

Catalunya es ahora mismo un país sin rumbo ni presidente, gobernado por dos partidos que sólo se hacen la vida imposible entre ellos, que va de ridículo en ridículo hasta la derrota final y con unos ciudadanos en franca depresión

Es la pandemia, sí. Pero, en el caso de Catalunya, ha agravado una tendencia. Catalunya es ahora mismo un país sin rumbo ni presidente, gobernado por dos partidos que sólo se hacen la vida imposible entre ellos, que va de ridículo en ridículo hasta la derrota final y con unos ciudadanos en franca depresión. No sé si cerrar bares y restaurantes es una buena medida o una mala medida. Pero la comparación con un Madrid abierto es una gran analogía. Madrid, con sus aciertos y errores, es ahora mismo una ciudad-Estado con más temple que Barcelona. Castigada por la pandemia y sin el turbo puesto, por supuesto, pero la Comunidad de Madrid ha superado Catalunya como potencia económica. ¿Que en parte es por dumping fiscal? Obviamente. ¿Que Madrid puede bajar impuestos porque se beneficia del efecto capitalidad, que chupa recursos, empresas, población, funcionarios y redes de influencia? Claro. Pero a pesar de que se hace mucha caricatura de Isabel Díaz Ayuso e, incluso, se la puede considerar irresponsable, Madrid tiene una estrategia y resistirse a cerrar la capital responde a una idea política y económica. Pero, ¿y el gobierno de Catalunya? ¿Qué estrategia política y económica tiene? Primero planteó el pacto fiscal, después la independencia. No existe ni lo uno ni lo otro. ¿Y ahora?

Tiene razón el president valenciano Ximo Puig cuando se queja, como si se hubiera inspirado en Edward Ruscha, que “no todos partimos con los mismos pigmentos para dar color a la fotografía”. Él sí que tiene una propuesta para revertir el poder de la M50 hacia dentro. Pero ¿cuál es la propuesta del gobierno de Catalunya para volver a pintar la foto en color? ¿Qué ha hecho desde que el 30 de enero de 2018 acabó la legislatura? De esto deberá ir, también, la campaña electoral.