Slavoj Zizek, el rockero del pensamiento de Ljubljana, tiene unos cuantos chistes repartidos por su obra y recogidos en un libro. Como este:

Tres rusos que comparten la misma celda en la prisión de Lubianka han sido condenados por delitos políticos. Cuando se conocen, el primero dice: "Me condenaron a cinco años por oponerme a Popov". El segundo dice: "Ah, entonces la línea del partido ha cambiado, porque a mí me condenaron a diez años por dar apoyo a Popov". Al final, el tercero dice: "A mí me han condenado a cadena perpetua, porque yo soy Popov".

Chiste que se podrían aplicar los partidos independentistas sobre si deben ir o no deben ir a las reuniones de los organismos multilaterales. Sólo por poner un ejemplo. O los ciudadanos multados por un estado de alarma inconstitucional. O los que ya se han perdido con la gincana de las medidas anticovid.

A Vox, y los negacionistas de la vacuna o de la crisis climática, les iría muy bien el viejo chiste sobre el tipo que ha perdido la llave y la busca bajo la farola:

Cuando le preguntan dónde la ha perdido, admite que ha sido en un rincón sin luz. "Entonces, ¿por qué la busca bajo la farola?". "Porque la visibilidad es mucho mejor". En el populismo siempre hay algo parecido a este truco. Busca las causas de los problemas en los judíos (o en el colectivo que desee), porque estos son más visibles que los procesos sociales complejos.

A los que les cuesta admitir que España tiene tics de democracia de poca intensidad, se podrían aprender este chiste que circulaba en la antigua República Democrática Alemana:

(Ah, por cierto. Si nunca se ha preguntado de dónde salen los chistes, dicen, dicen, dicen, que la policía secreta de Europa del Este era especialista en hacerlos circular en contra del régimen. Le dan a la gente una manera tolerable de desahogarse.)

Un obrero consigue trabajo en Siberia. Sabiendo que su correo será leído por los censores, dice a sus amigos: "Acordamos un código en clave. Si llega una carta mía escrita en tinta azul normal, lo que cuenta es cierto; si está escrita en rojo, es falso". Al cabo de un mes, a sus amigos les llega la primera carta, escrita en tinta azul: "Aquí todo es maravilloso: las tiendas están llenas, los comida es abundante, los apartamentos son grandes y con buena calefacción, en los cines pasan películas de Occidente y hay muchas chicas guapas dispuestas a tener un romance. La única cosa que no se puede conseguir es tinta roja”.

Claro que, si pensamos, lo podríamos aplicar a todos los aficionados a explicar cada día en Instagram lo maravillosa que es su vida y, especialmente, sus vacaciones. Quizá es que no encuentran tinta roja.

Y ahora que se ha puesto de moda la salud mental gracias a Simon Biles (que, sí, estaba lesionada, pero no del tobillo), un chiste que tanto es una crítica al psicoanálisis como un retrato de la crudeza y la seriedad de los miedos y de las angustias. El del hombre que va al psiquiatra porque se cree un grano de maíz. Una vez terminadas las sesiones, el psiquiatra le pregunta si todavía lo piensa. "No", contesta el paciente. "Pues ya está curado". Sale de la consulta y vuelve a entrar, atemorizado. "¡Allí afuera hay una gallina!", dice. "¡Pero usted no es un grano de maíz!", contesta el doctor. "Yo lo sé, pero, y la gallina, ¿lo sabe?".