Si observáis las imágenes del Consejo de Ministros veréis que detrás de Pedro Sánchez hay un cuadro a medio camino entre el taller de un artista y las paredes de las cuevas rupestres. Las reuniones del presidente español con su equipo han tenido que cambiar de sala para mantener las distancias sociales que marca el coronavirus y ahora se hacen en el antiguo Salón de Tapices de la Moncloa, antes dedicado a recepciones y ruedas de prensa. Los entendidos dicen que es una pintura matérica. Es decir, obra abstracta hecha con materiales ajenos al pigmento como arena, chatarra, madera, vidrio o yeso. Una corriente situada dentro del informalismo europeo donde destacó Antoni Tàpies. Que el cuadro es un taller de un artista lo confirma el título: L’atelier aux sculptures. Es, efectivamente, una obra de Miquel Barceló pintada en 1993 en París que, en el año 2000, fue adquirida por el Reina Sofía.

Pues bien, después de unos cuantos meses de exposición permanente en el gabinete del PSOE y Podemos, el artista mallorquín ha dicho que no le gusta nada verlo ahí. Lo ha explicado a Josep Massot en El Pais. "Estoy muy enfadado. Yo no tengo tele, pero mis amigos no paran de enviarme fotos. No es su sitio. Me gustaría que estuviera en el museo. Mi cuadro no está hecho para estar de fondo de un señor que le da la espalda, ni para pasarlo por la tele. Está hecho para vivirlo, para estar frente a él, mirándolo. Es casi un trozo de pared, como Altamira, con relieves, salientes y abolladuras. Visto así, se transforma en un decorado". El impacto de las declaraciones ha sido tal que el ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, que es un señor al que le gusta mucho el teléfono —mirad su cuenta de Twitter—, ha tenido que correr a llamar al genio de Felanitx . No ha trascendido nada más. Por tanto, no sé si lo sacarán o no.

Si el cuadro de Barceló es su taller de esculturas mientras están en proceso, qué mejor alegoría para un gobierno en plena pandemia. Es como Pedro Sánchez ante sus políticas antipandemia

Pero sería una lástima. Y a esta humilde opinión me hace llegar el mismo Barceló. En la entrevista con Josep Massot dice que “el buen arte siempre tiene una función social, incluso a pesar del artista mismo. Incluso el más onanista, incluso el que tenga lepra y no salga nunca del taller, acabará teniendo un poder de transformación". Pues bien, si el cuadro de Barceló es su taller de esculturas mientras están en proceso —"algunas están hechas y otras no las acabaré nunca, no existen o las destruí"—, qué mejor alegoría para un gobierno en plena pandemia. Es como Pedro Sánchez ante sus políticas antipandemia, cuando tiene que elegir, por ejemplo, entre el científico y el empresario. Un mundo a menudo sin orden ni concierto. El caos. Como si Barceló hubiera previsto lo que vendría y Pedro Sánchez también. Como la obra de Kafka que Barceló ilustra con acuarelas.

También es verdad que hay otra alegoría más deseable. La obra que hace con Pascal Comelade: la pintura que desaparece. "Pinto la tela muy rápido, cinco, máximo diez minutos, y él pone música durante la desaparición. Me siento a su lado para mirar como desaparece, un proceso que suele durar una media hora. Nunca miramos como desaparecen las cosas. Él lo llama 'evaporación sónica', aunque cada vez que lo hacemos, le pone un nombre diferente". Claro que esto es deseable si lo que desaparece es el bicho-virus. Es más inquietante si se cumple el chiste que explica Barceló. Dos planetas que se encuentran en la inmensidad del universo. Uno de ellos está resfriado. "¿Qué tienes?", se interesa el otro. "Que he cogido un bicho", responde. "¿Qué es?", se alarma. "El Homo sapiens". Y el planeta amigo respira tranquilo: "Ah, no es nada, no te preocupes, durará poco".