El presidente del gobierno español ―en funciones―, Pedro Sánchez, ha equiparado el independentismo "más radical" con la extrema derecha. El presidente del Tribunal Supremo español ―en funciones―, Carlos Lesmes, pide mano de hierro para el independentismo ante la cúpula del ejército. El ministro del Interior español ―en funciones―, Fernando Grande-Marlaska, no acepta el mal uso de las porras de su policía ni de las balas de goma que han hecho perder un ojo a cuatro ciudadanos y no piensa abrir ninguna investigación. La Guardia Civil española consigue que Microsoft bloquee Tsunami Democràtic calificándola de organización criminal con fines terroristas. La vicepresidenta del gobierno español ―en funciones―, Carmen Calvo, amenaza Bélgica con represalias por si tumba la euroorden. El diario de Pedro J.Ramírez, El Español, publica una supuesta noticia que dice "Bienvenidos a la Cataluña indepe: profesores que cierras aulas, bomberos que no apagan fuegos" o esta otra: "La batalla de dos indepes marroquíes en Cataluña: llegaron en los bajos de un autobús y ahora la queman". O El Mundo titula sobre uno de los manifestantes detenidos: "El burguesito navegante y otros violentos 'infiltrados' que quemaron Barcelona".

Existe un desprecio personal. Existe la criminalización de unas ideas. Existe la voluntad indisimulada de no querer entender nada

Existe un desprecio personal. Existe la criminalización de unas ideas. Existe la voluntad indisimulada de no querer entender nada. Existe un intento de vergüenza ajena de querer mantener su statu quo. El de la derecha que desprecia. El de la izquierda de la superioridad moral que cree que la Transición fue el final de la historia. Y no entramos en parte de la izquierda radical conservadora que cuando la protesta no es suya, se escandaliza más de la cuenta.

Quedan pocos viejos revolucionarios como Manuel Castells, que entienden que si un estado cierra todas las salidas políticas y la respuesta son los tribunales y la policía, la respuesta sólo puede estar en la calle, con el riesgo de que en las protestas haya puntos de violencia, éticamente reprobables, dice, políticamente contraproducentes, afirma, pero que hay que entender y no demonizar. Porque es peor. Porque son jóvenes que han visto como pegaban a sus abuelos y ahora quieren estar en primera línea. Y cuanto más les peguen y cuanto más los encarcelen, más se revolverán, huérfanos de políticos en Barcelona y en Madrid. Y todo esto lo tienen que reflexionar en Madrid y lo han de reflexionar en Barcelona. Pero no es lo más importante. En las últimas semanas han aparecido voces anónimas, nombres propios y nombres y apellidos. Como el de Ot Bou, estudiante de Relaciones Internacionales, por ejemplo, que ha escrito un artículo que se puede encontrar en las redes ―dónde si no― en el que explica que el pactismo ha ocultado que Catalunya hace demasiadas décadas que es un país ocupado y que asumir esta realidad implica cambiar la lucha, el discurso, la cultura política y los líderes. Y que la única solución es hacer fracasar la autonomía, que la autodeterminación pactada es imposible y que las peleas de estos días lo único que hacen es decir la verdad. Es muy crudo. Porque también habla de una Catalunya dividida en dos mitades. Y se puede estar de acuerdo o no, pero obliga a escuchar. Porque podemos estar a las puertas de un cambio de paradigma. Los jóvenes politólogos, como María Vidal, han escrito que la idea de manifestarse sin molestar está siendo discutida: "No tiene sentido manifestarse si no molestamos". El propio Jordi Cuixart dijo desde la prisión que sólo con manifestaciones, los resultados seguirán siendo los mismos. Insisto, pueden estar de acuerdo o no, pero en Barcelona y en Madrid, tienen (tenemos) que escuchar lo que dicen