Cuando Wikileaks reveló que en la lista de activos estratégicos elaborada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos en 2008 había una empresa catalana, el público ―y los medios de comunicación, no nos engañemos― descubrió Grifols. Con el estrecho de Gibraltar y el gasoducto que une la península con Argelia, la todavía primera potencia mundial valoraba la investigación, desarrollo y producción de terapias derivadas del plasma sanguíneo humano de la multinacional catalana. Y más concretamente, la inmunoglobulina ―que se vende con el nombre de Flebogamma― de uso intravenoso, un anticuerpo necesario para múltiples aplicaciones ―entre otros para mantener el sida como enfermedad crónica no mortal― y uno de sus productos estrella. Fundada en 1940 por el doctor Josep Antoni Grífols Roig como laboratorio para análisis clínicos, fabricación de vacunas y transfusiones de sangre, a Grifols no le tose nadie. Por eso, cuando hace un año, fue la única empresa catalana del Ibex35 que no cambió de sede, nadie dijo nada. Porque Grifols es un imperio en el mercado de los hemoderivados y hace el plasma que los Estados Unidos utilizan para las transfusiones de sangre a civiles... y militares. Ahora, además, ha sido noticia porque ha conseguido ralentizar el desarrollo del alzheimer con recambio de plasma. Grifols salva vidas. La Caixa vende seguros. Pero como dijo Bill Clinton en la campaña del 1992, "es la economía, estúpidos". Siempre es la economía.

Que Víctor Grífols vaya a ver a Mònica Terribas, diga que quiere un referéndum pactado y que si sale no, pues no, y que si sale sí, pues sí, y que no salgan en tromba todos los Torquemada que han querido quemar en la hoguera a Dani Mateo, es porque es un gigante de la economía y un elemento estratégico en el mundo. Poca broma. Grifols no hace "AVES" en la Meca. Si alguien quiere escuchar entre tanto ruido en Twitter y cantadas de boy scouts en el Palau de la Generalitat, debería hacer caso a los geoestrategas que miran más allá de la polémica de cada mañana. Les dirán que las guerras con ejércitos ya no tienen sentido. Y no, los ejércitos desarmados no son el fútbol. Ahora las guerras son económicas. Y si no, ¿a santo de qué Estados Unidos pone sanciones a Irán y amenaza a quien haga negocios con ellos? ¿Por qué no les bombardea?

Los dirigentes no deberían perder de vista que en la diplomacia internacional nada es personal, todo son negocios

Por lo tanto, si Catalunya quiere pintar algo en el mundo, si quiere tener argumentos de negociación, está muy bien que se haga la campaña del 80%. Está muy bien que centre la estrategia en los derechos civiles y políticos. Pero los dirigentes no deberían perder de vista que en la diplomacia internacional nada es personal, todo son negocios. Y si no, pregunten a Arabia Saudí.

De hecho, que es la economía, lo sabe España, que por eso hace siglos que tiene un Estado. En el momento que estos poderes temieron que efectivamente Catalunya podía marcharse, sacaron el dinero de los bancos catalanes e invitaron a las empresas a cambiar de sede. Claro que hubo amenaza de fuerza y ​​porrazos el 1 de octubre. Claro que hubo presión diplomatica. Claro que actuó la justicia. Y la política. Claro que hubo propaganda. Pero en el momento decisivo, la guerra fue económica.

Que es la economía, lo demuestra también la sentencia del Tribunal Supremo sobre el impuesto de las hipotecas. El Supremo es el Estado. Y los estados dependen de los bancos para financiar sus déficits. Y los estados hacen favores. A ellos mismos. Que es la economía lo demuestra que después del 15-M y la irrupción de Podemos se quiso impulsar "un Podemos de derechas". Y salió Ciudadanos. Porque los poderes del Estado, sobre todo los económicos, no temen que caiga el régimen del 78. Lo que temen es caer ellos. Y si debe haber una transformación, la quieren tutelar. Que es la economía lo que puede hacer entrar en colapso un Estado lo demuestra como se han movido deprisa los partidos. Que Xavier García Albiol diga que la decisión del Supremo es un error "de consecuencias sociales imprevisibles", no es gratuito. El malestar de los jóvenes españoles hiperformados y que tienen pocas expectativas, pero no solo ellos, es una bomba de relojería. Atento a este malestar, Pablo Iglesias convocó rápidamente una manifestación para el sábado. Volvían los indignados. Volvía la desestabilización del régimen. Pero, hábil, Pedro Sánchez, se ha puesto coleta para anunciar un cambio legislativo que, hábil, el PP ya había reclamado por la mañana. Todos ganan. El Estado ―el Supremo― blinda los bancos una vez más. Y los partidos dinásticos, a su vez, frenan la indignación. No se han movido por los derechos civiles, se han movido por la economía. A ver si lo entendemos.