Pep Guardiola está considerado un innovador en el mundo del fútbol. Una de sus grandes decisiones fue recuperar el falso 9, el delantero centro que no lo es y que nadie sabe cómo defender. Con el profesor Xavier Sala i Martin le dedicamos un capítulo de Economia en colors y cuando le preguntamos al entrenador qué es la innovación y ser creativo, dijo que no lo sabía, que él lo que quiere es tocar los cojones al adversario. Es decir, encontrar la fórmula para ganar. Y, sin decirlo, hizo la mejor definición de lo que es innovar. Es más o menos la misma respuesta que le he escuchado a Ferran Adrià en el FAQS. Innovar, por lo tanto, ser creativo, es encontrar la respuesta a un problema. Al final, la economía es eso: tener una idea que quiera la gente. Sea un teléfono, que te lleven el pedido a casa o que el taxi llegue más rápido. Encontrar el incentivo con el que funciona el mercado, como el voto es el incentivo de los políticos.

Es evidente que, para tener ideas, hace falta creatividad. Y la creatividad no se tiene siempre concentrándose mucho y yendo de A a B y de B a C. A veces es el subconsciente el que liga ideas que no tienen nada que ver entre ellas. Las ideas tienen sexo, se dice. Y se enciende la bombilla. Esto lo definió muy bien el psicólogo maltés Edward de Bono. Que lo teorizó como pensamiento lateral. Hay un momento en que el inconsciente pone las ideas en su lugar y aparece el eureka, dijo. Y explicó lo que ya hemos notado. Que este fenómeno se produce en la cama, en la ducha o en el coche, cuando no estás pensando en ello. Él hablaba de tres B: bed, bath, bus.

La innovación no son siempre las esferificaciones, ni debe hacerse sólo en los sectores tecnológicos, ni se necesitan departamentos de I+D+i

Esta definición práctica de lo que es la economía la explicó perfectamente el ex chef ―como él se define― Lluís Bernils, ayer por la mañana en Catalunya Ràdio, con Laura Rosel. Lluís llegó a tener una estrella Michelin en El Celller de Matadepera. Pero tener una estrella, que relacionamos con la creatividad, no es sinónimo de que el negocio funcione. Así que Lluís y sus hijos, Riki y Pau, tuvieron que solucionar un problema. Ser innovadores, ser creativos. Encontrar cómo atraer gente al restaurante sin perder calidad. Su idea, que no sé si tuvieron en la cama, el coche o la ducha, fue hacer un menú de tapas, que tan de moda estaban, pero de una calidad superior y a un precio fijo asequible, para rejuvenecer la clientela, a la que todavía le quedaba presupuesto para el gin-tonic. Nada del otro mundo, pero se tiene que hacer. Primer problema resuelto.

El segundo problema, y ​​otro ejemplo de lo que significa la creatividad aplicada a la economía de mercado, llegó con la pandemia. Cuando mejor iba el negocio, llegó el confinamiento y las restricciones a la hostelería. Sólo se podía abrir para ofrecer comida para llevar. Un problema cuya solución fue recuperar el antiguo negocio familiar de hacer pollos al ast. De calidad también, obviamente. Y venderlos online. Y que el cliente los fuera a recoger a una hora fijada. ¿Tiempo de espera? 25 segundos. Lo certifico.

Y el tercer problema ha sido cómo mantener un personal de calidad ahora que hemos descubierto que hay vida más allá del trabajo. ¿La solución? No coger mesas más allá de las tres menos cuarto al mediodía. Ni más allá de las nueve y media por la noche. Y cerrar a las 12. Y que el personal vaya más descansado y no se queme.

¿Hay que ser un genio para llegar a estas reflexiones? No. Pero me parecen un ejemplo modélico, entre otras cosas, de lo que significa innovar. Que la innovación no son siempre las esferificaciones, ni debe hacerse sólo en los sectores tecnológicos, ni se necesitan departamentos de I+D+i. Y también me parecen un ejemplo de por qué el sector privado funciona mejor que la empresa pública. Pero eso es otra historia.