Un decreto ley que debe servir para responder a una sentencia de la justicia (nunca descentralizada) que impone a la escuela un 25% de castellano. Incumplimientos en la ejecución presupuestaria en infraestructuras por parte del Estado en Catalunya. Y ocultación de las balanzas fiscales entre comunidades. Son sólo tres ejemplos de esta semana que nos hacen retroceder décadas en el tiempo y en la agenda política y mediática. Estamos en un episodio de Cuéntame. A veces se olvida que el apoyo a la independencia de Catalunya no vino por generación espontánea ni por unos ciudadanos adoctrinados por unos políticos con fines perversos. El apoyo a la independencia llegó después de años, de décadas, de desencanto por el funcionamiento del Estado de las autonomías. Por un sentimiento de agravio de la sociedad catalana. Que un día, previo cambio de la agenda de los partidos, dijo que basta. Basta a la desinversión en infraestructuras. Basta a un recorte de un autogobierno por un tribunal adulterado, que había sido pactado en el parlamento y entre parlamentos y votado en referéndum. Basta al desprecio a una identidad.

Si se piensa que con esta realidad y estos precedentes, lo que se ha llamado procés se ha terminado, es una equivocación. Éste es un conflicto político irresuelto y, por desidia o incapacidad, agravado

Y, ahora, después de unos años de represión en todos los ámbitos, de desorientación política, de una pandemia y de una guerra, cuando la marea ha bajado, ha vuelto a aparecer una realidad que nunca se ha ido, porque ni va poder ser cambiada ni quiere cambiarse. Los motivos por los que una parte muy significativa de la sociedad catalana pensó que la única solución era la independencia todavía están ahí. Pero, atención, los motivos no sólo persisten, sino que se han agravado. Y no sólo porque se van acumulando años de incumplimientos, sino porque hay que sumarle la respuesta del Estado al 1 de octubre. Policías pegando a ciudadanos que nunca olvidarán aquella fecha, un Rey amenazando a una nación y reduciendo su club de fans a la derecha, ciudadanos anónimos pasando calvarios judiciales, líderes sociales y políticos encarcelados, un president de la Generalitat y la secretaría general del partido que gobierna en el exilio, operaciones de las cloacas del Estado que señalaron jueces, encarcelaron a un expresidente del Barça para desestabilizar a un club demasiado catalanista y espiaron indiscriminadamente a políticos y abogados. Todo, impunemente, claro. Y la lista es corta. La lista de agravios se ha hecho interminable y no tiene respuesta. La democracia española ha perdido lustre y el panorama con la extrema derecha en sus puertas no es mejor.

Si se piensa que con esta realidad y estos precedentes, lo que se ha llamado procés, o el sentimiento de independencia, se ha terminado, es una equivocación. Éste es un conflicto político irresuelto y, por desidia o incapacidad, agravado. La historia es cíclica y, sin solución a la vista, llegará un nuevo contexto, quizá con otros liderazgos y, cuidado, con mayor experiencia política y ciudadana de los aciertos y los errores. Lo que significa que el contexto nunca volverá a ser el mismo y significa que todo y todos serán menos ingenuos.

Se empieza a percibir que el independentismo ha superado el duelo, según la teoría de Kübler-Ross. De la negación a la ira. De la negociación a la depresión. Y, por último, a la aceptación. Punto final. Etapa nueva. Y esto ocurre mientras, como siempre, se ignora la realidad a ritmo de Eurovisión, Rafa Nadal, la decimocuarta y la idea de hablar menos de política en la tele. Lo que, por cierto, es una forma de hacer política. Nunca tienen las antenas bien puestas. Y, después, pasa que corremos todos.