Desde hace una década y sobre todo desde el conflicto de Crimea en 2014, los estudiosos hablan de guerra híbrida, aunque, para algunos, el término, acuñado en 2009 por el periodista norteamericano Frank Hoffman, es tan antiguo como la propia guerra. En todo caso, no entra en la habitual definición de guerra: la convencional (entre estados) y la asimétrica (un ejército contra una guerrilla). Así, pues, hay muchas definiciones, pero una guerra híbrida podría ser aquella en la que un país recurre al uso abierto de la fuerza armada contra otro país o contra un actor no estatal, pero también utiliza otros medios que ahora explicaremos.

Porque, además, se puede hablar de "conflicto" híbrido, que sería aquel en el que las partes se abstienen del uso abierto de la fuerza armada y actúan combinando la intimidación militar sin llegar a un ataque convencional y a la explotación de vulnerabilidades económicas, políticas, tecnológicas y diplomáticas, utilizando viejas y nuevas, pero sobre todo diferentes herramientas como la desinformación o los ciberataques.

Los principales objetivos de las amenazas híbridas son erosionar la confianza de los ciudadanos en sus empresas e instituciones, generar desconfianza en el sistema democrático, político y administrativo, erosionar la cohesión social o los modelos sociales, fragilizar el sistema de gestión o gobierno para que tenga menos capacidades, y convencer de la decadencia de un sistema político o empresaria tanto a la población de la víctima como a su propia población.

Los principales objetivos de las amenazas híbridas son erosionar la confianza de los ciudadanos en sus empresas e instituciones, generar desconfianza en el sistema democrático, político y administrativo o erosionar la cohesión social

Algunos medios de comunicación, el propio CNI y entidades unionistas han señalado que en el conflicto político entre Catalunya y España ha habido un conflicto híbrido y señalan a Rusia, que habría utilizado Catalunya en su propio conflicto híbrido con la Unión Europea. Quizás sí. En todo caso, esto explicaría la importancia internacional que ha tenido, y seguro que tiene, el conflicto irresuelto entre Catalunya y España.

Lo que parece más que evidente es que España ha desplegado contra Catalunya una guerra o conflicto híbrido. No ha habido uso de la fuerza armada (esta vez, pero sí en el pasado), con el matiz de que el 1 de octubre la policía española zurró a muchos ciudadanos, pero sí que ha habido una clara intimidación militar. Y no sólo con los piolines en el puerto de Barcelona. El mismo discurso del Rey, comandante supremo de las fuerzas armadas, es una intimidación. Presionar para que se fueran las empresas es explotar debilidades económicas. Aplicar el 155 y vetar presidentes es buscar debilidades políticas. El ciberataque del 1 de octubre es explotar vulnerabilidades tecnológicas. Tener al ministro de Exteriores como responsable de la llamada carpeta catalana es explotar vulnerabilidades diplomáticas. Anunciar que Catalunya quedará fuera de la UE, usar de manera constante los medios de comunicación o las cloacas del Estado como herramienta de propaganda y desinformación, incluidos falsos casos de corrupción, sirve para erosionar la confianza de los ciudadanos en sus instituciones. Atizar el enfrentamiento en la calle arrancando lazos amarillos, por ejemplo, o convirtiendo el Parlament en un nido de crispación, busca erosionar la cohesión social. Como ahogar económicamente la administración sirve para erosionar un modelo social. Por no hablar de usar la justicia como herramienta de venganza y las instituciones para arruinar a los disidentes políticos.

Si todo esto ―y la lista no está completa― no es una guerra, o al menos, un conflicto híbrido, ya me explicarán qué es. Y luego hablan de Putin.