En tiempos de paz, el Palau de la Generalitat y la Moncloa deberían ser los lugares donde los políticos se reúnen para hacer lo que tienen que hacer: política. O las sedes de los partidos políticos, si ustedes quieren. O los restaurantes, no nos engañemos, para ver si el vino suaviza las relaciones. Pero no vivimos tiempos de paz. Vivimos tiempos excepcionales. De vergüenza. Y de dignidad. La de la gente incasable que cada día reivindica de mil maneras la liberación de los presos. Preventivos, recordémoslo. Tiempo de rehenes políticos. Tiempo de la cobardía del PSOE por no ordenar a la fiscalía ―como sí que lo hace el PP sin complejos― que cambie la acusación de rebelión ante la evidencia de que la única violencia fue la de la policía.

Que son presos políticos y exiliados lo demuestra también lo que pasa en las cárceles. La excepcionalidad ha hecho que, en el caso de Catalunyaa, Waterloo y la prisión de Lledoners, se hayan convertido en las auténticas sedes del poder. Que sea allí donde los políticos hacen lo que tienen que hacer: política. Y, si hacemos caso de las visitas que trascienden, la auténtica sede del Govern de la Generalitat es ahora mismo la cárcel de Lledoners. Catalunya, capital Sant Joan de Vilatorrada. Allí se hace política interna. Se marcan estrategias. Se debate sobre la suspensión o no de los diputados suspendidos. Allí se negoció el poder al PDeCAT. Allí está el posible candidato a la alcaldía de Barcelona, ​​Joaquim Forn.

Pero, sobre todo, allí toma decisiones políticas Oriol Junqueras, que se está convirtiendo en un contrapoder a Quim Torra y Carles Puigdemont. Lo veremos claro si miramos las visitas que recibe el presidente de ERC, las que recibe el president de la Generalitat y las que recibe el president en Waterloo. Sant Joan de Vilatorrada está más cerca de Barcelona que Waterloo, pero en Bruselas están las instituciones europeas, es un centro político de primer orden, es en realidad un centro de poder doméstico. Y, como tal, hay un auténtico puente aéreo con las diferentes capitales. También con Barcelona. Pero con el paso de los días se ha constatado un mayor interés de políticos y personalidades para ver a Junqueras que para ver a Puigdemont. O a Torra. ¿Porque se percibe que mandará en el futuro? ¿Porque están más de acuerdo con la nueva estrategia de ERC? ¿Porque Puigdemont se considera un fugado y esto penaliza a quien lo visita? ¿Porque Puigdemont no es, en realidad, el líder de un partido que puede aprobar los presupuestos? ¿Porque ya hay un president de la Generalitat? La respuesta queda en el aire y, en todo caso, a la reflexión del lector. A pesar de que sí está claro que para la política española Puigdemont es un apestado. Es el enemigo público número 1. Como lo fue Josep Lluís Carod-Rovira. O como lo fue Artur Mas.

Hay decisiones de Torra y Puigdemont que, por muy razonables que sean, contribuyen a un aislamiento que en política y en la vida no sirve de nada

Pero, a pesar de esta realidad, los hechos son los hechos. Y a Oriol Junqueras lo han visitado mucho en Lledoners. El presidente de la CEOE, Juan Rosell. La alcaldesa de Barcelona y líder de los comunes más federales, Ada Colau. El lehendakari Iñigo Urkullu. El líder de la izquierda abertzale Arnaldo Otegi. La lideresa de los comunes más soberanistas en el Parlament Elisenda Alamany. El secretario general de UGT, Pepe Álvarez. Y el viernes lo piensa hacer Pablo Iglesias. Además, Junqueras ha recibido visitas de personalidades no independentistas como Joan Manuel Serrat, Xavier Sardà o Jordi Évole. Lledoners se parece más a Saint Martin le Beau que Waterloo. A Puigdemont, sólo Pablo Iglesias, el único líder español que habla con todo el mundo, le llamó para desatascar la moción de censura y lo piensa volver a llamar para desatascar los presupuestos. Iglesias es el único líder español sin complejos. También ha sido Iglesias el único en visitar a Torra en Palau, a la espera de que Pedro Sánchez ponga fecha. Si es que la acaba poniendo. A Torra, eso sí lo han visitado los líderes parlamentarios... excepto Inés Arrimadas.

Esta capacidad de Junqueras para situarse como pal de paller ―también deberíamos preguntarnos por qué Marta Rovira no hace política si dijo que se marchaba para poder hablar con libertad― debería preocupar al mundo convergente, que está perdiendo capacidad de influencia aunque mantenga la presidencia de la Generalitat y que sus votos sean tan preciosos como los de ERC para aprobar los presupuestos. Puede ser muy bien que visitar a Puigdemont tenga los condicionantes expuestos más arriba. Pero también es verdad que hay decisiones de Torra y Puigdemont que, por muy razonables que sean ―y quizás mucha razón que tengan―, contribuyen a un aislamiento que en política y en la vida no sirve de nada. Y, por cierto, lo mismo vale para la mencionada Arrimadas. Porque entre Ciudadanos y Junts per Catalunya acabarán dejando una autopista en medio.