El plan de choque para hacer frente a las consecuencias económicas de la crisis energética y la guerra en Ucrania escondía cambios legislativos no explicados. Siempre hay sorpresas en el BOE. La de ayer es que los supermercados podrán limitar la cantidad de productos que se pueden comprar. Concretamente, “ante circunstancias extraordinarias o de fuerza mayor”, los comercios podrán “suspender de manera temporal la prohibición prevista de limitar la cantidad de artículos que pueden ser adquiridos”. Recuerde lo de “temporal”. Se da a entender que este racionamiento lo hará cada supermercado y no habrá una cartilla de racionamiento (en papel o electrónica), por lo que se puede burlar esa limitación de las compras… comprando una parte aquí y una parte allá. Pero el objetivo no deja de ser el mismo que el de la cartilla de racionamiento.

Todo forma parte de un bonito, distópico, pero muy real, control social, ahora en nombre de una pandemia, en el futuro, que ya está aquí, en nombre de quién sabe qué

Un error. Por dos motivos. El primero es que sólo provocará que algo que no sabemos si hubiera pasado, acabe ocurriendo. Y si no, ¿por qué el gobierno español lo ha escondido? Imagino que porque conocen el caos de nivel 2. Los matemáticos hablan de dos tipos de incertidumbres. La primera es el caos de nivel 1, lo que se deriva de la naturaleza. El gran ejemplo es la meteorología. Utilizan modelos matemáticos complicadísimos, pero aun así el mundo natural depende de demasiadas variables que alteran la predicción. Sin embargo, la economía tiene el problema del caos de nivel 2: las personas reaccionamos ante las predicciones de futuro. Y, al hacerlo, cambiamos el propio futuro. De modo que si el gobierno prevé complicaciones de abastecimiento futuras, la gente irá en masa al supermercado y el hipotético problema de abastecimiento futuro será… presente. La ministra de Transportes, Raquel Sánchez, hizo las mejores declaraciones posibles en los pasillos del Congreso para generar el caos: decir que no nos pongamos nerviosos. “A veces se producen alarmas guiadas por el nerviosismo. Esto es lo que contempla el plan y creo que lo relevante es que hacemos un llamamiento a la responsabilidad, que entre todos nos corresponde transmitir un mensaje de tranquilidad a la ciudadanía”.

El segundo error es caer en el control social. Se podrá argumentar que la decisión se toma para que los ricos, los más rápidos o los más bulímicos no acaparen productos. De hecho, el decreto establece que estas medidas se adoptarán para "garantizar el acceso de todos los consumidores en condiciones equitativas". Pero, en el país en que, de forma acrítica, hemos decidido que nos ponemos una mascarilla para ir de la puerta a la mesa del bar, donde nos hemos comido un toque de queda a las 10 de la noche que era sólo para evitar botellones, donde hemos tenido que hacer auténticas gincanas y comernos multas por cruzar una calle, donde hemos tenido el confinamiento más bestia del mundo aparentemente libre, es muy peligroso que se implante, aunque sea de manera excepcional, una limitación de este tipo. Porque, también de forma acrítica, nos comeremos la cartilla de racionamiento. Ahora, en nombre de una guerra; en el futuro, en nombre de quién sabe qué. La cartilla de racionamiento de Franco también era "con carácter temporal" y servía para controlar, también, lo que se comía. Con cartillas de primera, segunda y tercera categoría. Y generando el estraperlo. Todo forma parte de un bonito, distópico, pero muy real, control social, ahora en nombre de una pandemia, en el futuro, que ya está aquí, en nombre de quién sabe qué. Y el problema de no alertarlo es que se deja la bandera en la extrema derecha. Algo que quizás ya les va bien a los gobernantes. Así, si te quejas, te pueden desacreditar diciéndote que eres de Vox. Cuando la realidad es que son este grupo de fascistas los que más nos querrían controlados, como hicieron sus predecesores políticos durante décadas.