Desde que se ha decretado el estado de alarma, Pedro Sánchez aparece cada sábado a la hora de los telediarios a hacer unos discursitos que, a pesar de pretender emular a Winston Churchill, son una mezcla entre “pierde peso ahora, pregúntame cómo”, un telepredicador de serie B, una antología de frases inspiradoras de Paulo Coelho y un programa de autoayuda. Y el tono paternalista es de vergüenza ajena, pero explica perfectamente cómo se está aplicando el llamado distanciamiento social en España. No hablar a los ciudadanos como personas adultas, informadas y responsables y hacerlo con este infantilismo, explica que a pesar de hacer ver que todo el mundo está en casa exclusivamente como bonito ejercicio de empoderamiento y solidaridad, en realidad se ha decidido un control policial tratando a todos de ignorantes. Mientras los niños y niñas están en casa encerrados hace un mes, en las calles patrulla la policía —y el ejército— poniendo una sanción cada cinco segundos con la ley mordaza en la mano. Aquella que el PSOE y Podemos dijeron que derogarían. Pero, en fin, siempre quedan mejor los mensajes de “yo me quedo en casa” que debatir si se está haciendo un distanciamiento social inteligente o también hemos puesto reglas absurdas. Lo dijo Yuval Noah Harari: para combatir una pandemia hace falta información, no aislamiento. El poder siempre preferirá toda la parafernalia de autoayuda y los policías de balcón que ciudadanos que se pregunten si el miedo nos ha hecho renunciar a derechos y libertades de un día para el otro perdiendo la capacidad de crítica.

Siempre quedan mejor los mensajes de “yo me quedo en casa” que debatir si se está haciendo un distanciamiento social inteligente o también hemos puesto reglas absurdas

El estado de alarma con una sola "autoridad competente" debían ser 15 días, pero serán meses. Si la oposición quiere recuperar su papel de ídem en el Congreso y las autonomías su autonomía, también los ciudadanos tienen derecho a exigir mejoras en su rol. Tanto económico, que hasta ahora ha preocupado mucho, como social y político, que ha preocupado menos... de manera preocupante. Y aunque el miedo saca lo peor de nosotros, hay que vigilar muy de cerca la deriva autoritaria y el recorte de derechos y libertades que encerrados en casa nos son más difíciles de reclamar. Se comienza con un estado de alarma vigilado por la policía vía ley mordaza. Se continúa con el peligro de convertir las administraciones en un Gran Hermano con la excusa de nuestra salud. (Un paréntesis: volviendo a Noah Harari, el dilema está entre vigilancia totalitaria y empoderamiento ciudadano, es decir, la cooperación voluntaria. Pero, como hemos visto, hace falta una confianza mutua que la política hace difícil tener). Y se acaban creando auténticos campos de concentración, aunque el Ministerio de la Verdad los llame arcas Noé. Pedro Sánchez ya ha pedido un listado de infraestructuras públicas y privadas donde encerrar gente, tal vez contra su voluntad. Fernando Grande-Marlaska, el hombre que comanda todas las policías del Estado dedicadas a controlar quién pasea el perro más de la cuenta, ha llegado a decir que podría ser obligatorio aislar los casos positivos de coronavirus que no tengan síntomas. Y no se monta ningún escándalo. La propia portavoz del Gobierno, María Jesús Montero, ha admitido que habrá que definir "qué país diseñaremos en materia de derechos y libertades". Por qué será, que diría la Bombi.