Xavier Domènech decía hace unos días en Can Basté que el coronavirus habla de nosotros. Le hize una broma sobre esta apreciación metafísica, pero tenía razón. Aquí van unas reflexiones random en pleno confinamiento.

La crisis del coronavirus ha demostrado la fragilidad de nuestras libertades. El virus es real, mata de verdad, y nos tenemos que quedar en casa, obviamente. Para todos, pero especialmente para los mayores y los más vulnerables y por nuestro sistema de salud. A estas alturas la mayoría ya lo ha entendido. Ahora bien, esto no quita que no podamos reflexionar sobre la facilidad con la que la población ha aceptado el confinamiento y el estado de alarma. Lo digo porque pone de manifiesto lo sencillo que puede ser en un momento dado suspender nuestros derechos fundamentales, como el más sencillo de pasear libremente por la calle. Es importante reflexionar sobre la facilidad con la que la creación de un relato que incluye un enemigo, sea interior o exterior, sirve para recortar de forma drástica nuestras libertades. Lo hemos visto con la amenaza del terrorismo yihadista. Y lo hemos visto ahora con un virus. Decían que en China se podía parar el virus porque era una dictadura y se podían tomar medidas drásticas, pero que en estados democráticos no se podía hacer. Se equivocaban. Se puede hacer.

Es importante reflexionar sobre la facilidad con la que la creación de un relato que incluye un enemigo, sea interior o exterior, sirve para recortar de forma drástica nuestras libertades

En este sentido, hay diferentes maneras de explicar la solución a la pandemia. Una es la científica y civil, con nuestras autoridades pidiendo que nos quedemos en casa. La otra es la militar, la de la imposición, la del Estado nación de toda la vida, que demuestra otra fragilidad. La de nuestra autonomía. Y también, por cierto, la de la Unión Europea. Cuando las cosas van de verdad, se imponen los estados. En el caso de España, el 155 sacó el precinto. Y el 116 ya no lo ha encontrado. Con la gran paradoja de que la misma concepción radial de España expandirá el virus, porque no se ha querido confinar Madrid. Y tampoco se ha querido confinar Catalunya. Era demasiado simbólico. Y sin pretenderlo, se ha repetido la misma sucesión de hechos que el 27 de octubre de 2017. Entonces Carles Puigdemont declaró la independencia y España impuso el 155. El 13 de marzo de 2020 Quim Torra pide el confinamiento de Catalunya. Y Pedro Sánchez responde con el estado de alarma, la Guardia Civil, la Policía Nacional, el ejército y más España. ¿Confinar Madrid? ¿Confinar Catalunya? "El virus no entiende de fronteras". Contagiémonos todos. Tarde, mal y con la bandera española.

Porque sí, porque el virus nos habla de nuestro sistema institucional. Y, como tal, de la monarquía. El paralelismo con octubre del 17 ha tardado porque el Rey intentó su 23-F entonces, pero tres años después aquello ya no sirve y le ha costado encontrar el momento para salir en medio del ruido de la cacerolada. Eso sí, el establishment, una vez más, lo intenta salvar. Y hablando de establishment. La OMS, que es establishment, no ha hecho la mejor gestión de la pandemia. El establishment siempre es demasiado conservador. También el científico. Por eso ha sobresalido el nombre de Oriol Mijtà. Porque no tenía hipotecas y podía hablar claro.