Las cartas han quedado repartidas después del 28-A y del 26-M. Son las elecciones, no lo olvidemos, que se han celebrado tras el periodo convulso que va del verano del 2017 al del 2019. Es decir, desde los hechos de septiembre y octubre en Catalunya, la cárcel y el exilio del gobierno catalán por la acción judicial, el 155 por la acción ejecutiva y legislativa, las elecciones catalanas que han traído un presidente transitorio, la moción de censura a Mariano Rajoy por la corrupción sistémica del PP y el juicio en el Supremo. Y el resultado de las urnas dibuja un nuevo escenario, que con trazo grueso dice que ERC va camino de ser la fuerza hegemónica del independentismo, y la mayoritaria en Catalunya, y el PSOE el partido fuerte en España. Y que, aprendiendo de los errores de unos y otros, deberán entenderse. Y dibuja, sobre todo, una España que muchos quieren negar y una Catalunya que, como vemos estos días, tiene enemigos íntimos.

Que haya habido elecciones generales, elecciones municipales y elecciones europeas, hace aún más urgente completar el dibujo más aproximado a la realidad con unas elecciones catalanas

Efectivamente, el escenario dice que a pesar de que cada vez que un preso o un exiliado intenta volver a ejercer como político, se le corta el cuello sin contemplaciones, a pesar de que el independentismo ha asumido el error de la unilateralidad, a pesar de la represión de todos los aparatos del Estado ―porque los estados se defienden, es lo que tienen― han pasado dos hechos inesperados hace cuatro días. La victoria del independentismo en las elecciones a la Cambra de Comerç de Barcelona, ​​a través de la capilaridad de la ANC. Y la victoria de Ernest Maragall en el Ayuntamiento de Barcelona. No por el apellido Maragall, sino por ERC. Y eso lo que quiere decir es que en el independentismo hay una voluntad de resistencia y persistencia evidente. Que ya se ve que tiene muchos enemigos. Pero que acabará comportando, finalmente, algún tipo de propuesta en positivo, y no el no a todo, no sólo del gobierno español de turno, sino del Estado como tal. Incluido, por cierto, el cuarto poder, no tan unánime como a veces nos queremos hacer creer a nosotros mismos.

Ahora bien, que haya habido elecciones dichas generales, elecciones municipales y elecciones europeas, hace aún más urgente completar el dibujo más aproximado a la realidad con unas elecciones catalanas. Catalunya necesita un nuevo gobierno, porque el actual es fruto de la excepcionalidad. Porque necesita la legitimidad negociadora que le falta a un gobierno que no tiene, en algunos casos, ni siquiera el nivel deseable, y al que no se le conoce ningún tipo de proyecto, por mucho que ahora nos anuncien que lo buscan. Y eso un país, una sociedad, se lo permitió un tiempo de manera excepcional, pero no mucho más. Y, con el nuevo reparto de cartas, o de fuerzas, en Madrid y en los ayuntamientos, esta debilidad del gobierno de Catalunya se hace aún más evidente. Quim Torra debía guardar la silla al president legítimo Carles Puigdemont. De acuerdo. Pero una vez Puigdemont ha optado por la batalla en el Parlamento de Bruselas ―batalla que comenzó ayer― y deberá dejar de ser diputado en el Parlament, no tiene sentido, ni siquiera desde el punto de vista de los partidarios de la restitución, que este gobierno siga. Este Parlament y este gobierno, son fruto, no lo olvidemos de la aplicación del 155. Quien convoca las elecciones del 21-D es el gobierno español. Por lo tanto, lo que toca ahora es que las elecciones las convoque libremente el president de la Generalitat y no alargar la excepcionalidad más allá de lo que, desde el punto de vista independentista, ha sido estrictamente necesario. La excepcionalidad del gobierno y la excepcionalidad del Parlament. Ya sé que no se convocarán elecciones hasta que haya sentencia en el Supremo. Que esta puede ser una reacción, una manera de dar la voz a los ciudadanos. Pero, sea como reacción o no sea como reacción, el curso político 2019-2020 debe haber elecciones catalanas y cuanto antes, mejor. Con dos años habrá sido suficiente. El bienio excepcional no puede ser trienio.