La serie fue un boom, aunque su primera emisión fue discreta. Pero tuvo un estallido internacional por su ambición. Se trataba de atracar la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, con todo de personajes anárquicos liderados por un Profesor con todos los pasos perfectamente calculados. Y obtuvo la simpatía de mucha gente. Durante años. Pero la nueva temporada ha caído en una reiteración de disparos, el Profesor ha perdido el control por momentos y las atracadoras más carismáticas han ido desapareciendo. La serie ha perdido interés por mucho que pongan Grandola, Vila Morena en lugar de Bella Ciao. No hay Revolución de los Claveles, hay gente enfadada. Y el atraco al Banco de España ha perdido sentido. La serie, este atraco imperfecto que ya es historia, debe resolverse, sí, pero ya nadie sabe cómo.

La serie del procés no es La casa de papel, pero, como todo lo que se alarga en exceso, ha perdido interés. Ahora ya no se trata de hacer la independencia con una sonrisa. Se trata de una aburrida mesa de diálogo a la que el primer día ya no fue todo el mundo, y que es algo menos épico que proclamar la independencia. En un país normal, claro, porque la declaración de Catalunya tuvo poco de épico. Es cierto que negociar un referéndum (no tanto una amnistía) no es un mal punto de partida, porque el referéndum es lo que durante muchos años una parte mayoritaria de la sociedad catalana reivindicaba. Y, desde este punto de vista, ya es un éxito que se siente el gobierno español, aunque sea para decir que no. Pero este éxito es, al mismo tiempo, el problema. El gobierno español se sienta a negociar un conflicto político cuando sabe que ya no tiene incentivos para ceder. De ahí que el no ya sea de entrada, que no es lo mismo que de entrada no. Y de aquí el mensaje a la CUP que ni dos años, ni tal vez cuatro. Incentivos los tenía, en todo caso, en 2017, con 2 millones de personas en la calle, un referéndum unilateral celebrado y apaleado y las cancillerías europeas mirando a España como el mal alumno de siempre a quien ya miras desesperado. Los tenía, incluso, con presos políticos y Europa con el ojo puesto en la justicia española. Pero los indultos han restado incentivos y la pandemia, no lo olvidemos, ha hecho el resto.

El gobierno español se sienta a negociar un conflicto político cuando sabe que ya no tiene incentivos para ceder

Se entiende, por tanto, la posición de los unos. La de reivindicar como un éxito político una mesa de negociación de un conflicto político, como ha reivindicado tanta gente durante tantos años. Pero se entiende también la posición de los otros, que piensan que el momento no es el adecuado, porque la parte española no tiene incentivos para ceder nada. Y quizás consideran que este incentivo no puede ser otro que seguir con el conflicto, que significa enviar a quienes fueron presos políticos a la reunión, denunciar que sigue la represión, exiliados incluidos, e incentivar la movilización en la calle. El problema es que las dos cosas son seguro que insuficientes, pero compatibles. Pero los dos enemigos íntimos que gobiernan juntos son incapaces de pactar cómo hacerlo posible, porque, ahora mismo, los que tienen un conflicto político son ellos. Y, al final, todos buscan tiempo que favorezca a sus intereses. El objetivo no es la Fábrica de Moneda, ni el Banco de España. El objetivo es asaltar el Banco del Tiempo.